La mayoría social defiende la Sanidad Pública

Resulta ridículo, grotesco y una gran falta de respeto el desprecio con que se ha respondido, desde el Gobierno de Ayuso (PP), a la manifestación del día 12 de febrero; mayor en número, incluso, que la macro manifestación del 13 de noviembre del pasado año.

Políticamente, la actitud del Gobierno del PP en Madrid, desprende un tufo antidemocrático y autoritario, propio de quién piensa, y, lo que es peor, está convencido de ello, que solo ellos y ellas, están legitimados para hacer política. “Es una huelga política, son manifestaciones políticas…”, ha dicho Ayuso y han coreado sus consejeros, consejeras y los acríticos medios de comunicación que jalean su política económica y social. Pues claro, claro que es política, pero de la política constructiva, de la que exige que la mayoría de la sociedad pueda acceder a un médico de familia o a un pediatra sin tener que pasar por un vía crucis telefónico o de cita previa telemática para ser atendido 10 o 15 días después de surgir el dolor, la fiebre o el malestar. Es una exigencia legítima que las urgencias hospitalarias no estén saturadas, que no haya que esperar más de dos meses y medio, como poco, para una intervención quirúrgica o que haya que esperar casi un año para la atención de un especialista.

Solo cabe pensar que, la señora Ayuso, confunde esta política con esa otra política que tan asqueados nos tiene a una gran parte de la sociedad; la política de estercolero, la de la corrupción, la del “y tú más”, la de las cloacas del Estado, la que se dirime en los juzgados -en ocasiones con la ley del embudo, o esa es la percepción que yo tengo-. Hay que aclarar que, esa política es una degeneración de la política misma. Por ello, en demasiadas ocasiones, esto parece más una “kakistocracia” que una democracia.

El 13 de noviembre acudí a la Manifestación para defender la Sanidad Pública en Madrid, para manifestar mi desacuerdo con que se prime el mercado de la salud privada, en detrimento de la pública, es decir, en desacuerdo con la privatización de lo público, en este caso de la Salud. En aquella ocasión no pude pasar de la Plaza de Carlos V (Atocha). Delegación de Gobierno cuantificó la asistencia en unas 250.000 personas. Bueno, no lo sé, no las conté, pero si otras movilizaciones que han llenado Cibeles y aledaños han sido cuantificadas, también en 250.000 personas, hace tres meses debía de haber, sin exagerar, más de 500.000, pues los aledaños llegaban a las puertas del Ministerio de Agricultura, frente a la estación de Atocha, al puente de Rubén Darío en el Pº. de la Castellana o a la Plaza de Sevilla, más cerca de Sol que de Cibeles.

En la manifestación del 12 de febrero, participé con la Asociación de Vecinos Nudo Sur, a la que tengo el orgullo de pertenecer. Partimos a las 12:00 de la plaza de Legazpi y tardamos dos horas en llegar a Atocha -la distancia es de aproximadamente 2,3km-. Cuando llegamos a Atocha ya se terminaba la Manifestación, por lo que solo cabe pensar que la asistencia fue mucho mayor que el 13 de noviembre; las fotos que pude hacer y las que recibí a lo largo de la mañana de otros amigos y amigas que habían acudido, así lo confirmaban.

Se puede pensar que qué más da cuánta gente acude a una manifestación. Pero no da igual, prueba de ello que las autoridades siempre tienden a minimizar las cifras, a veces de forma escandalosa.

La respuesta de Ayuso es insultante, pues no es que haya habido una gran Manifestación, es que ya son cuatro: 22 de octubre-22, 13 de noviembre-22, el 15 de enero-23 y el 12 de febrero-23, con asistencias multitudinarias, especialmente la del 13-nov y la del 12-feb.

Cuando la respuesta de un pueblo es tan contundente, la reacción de la presidenta de la Comunidad de Madrid se vuelve irritante. Tan repulsiva como la decisión que tomó ese mismo gobierno de negar la atención hospitalaria a los ancianos y ancianas, residentes de Residencias, en pandemia, con el resultado más de 7.000 muertos. Personas que podrían o no haber superado el COVID-19, pero a los que se les negó esa posibilidad. Un nivel de insensibilidad que, si no fuese por el ninguneo que muchos medios de comunicación hacen de ello, debiera haber hecho dimitir a esta señora hace ya tiempo.

Es innegable que la mayoría social quiere defender su Sanidad Pública. En Madrid es palpable y cuantificable. Es también un hecho que en otras comunidades autónomas los servicios sanitarios públicos sufren una situación similar -sin olvidar que Madrid es la Comunidad que menos presupuesto per cápita destina a la Sanidad-, y que por ello el conflicto se está reproduciendo en otros lugares. Algo tendrá que hacer o decir el Gobierno de la Nación.

Cuando los médicos resuelvan su problema laboral, que es una parte del problema de la Sanidad, el conflicto seguirá abierto; pues no todo se resuelve con las necesarias soluciones laborales. Hay que reabrir centros que se cerraron, recuperar servicios, como las urgencias extrahospitalarias, contratar profesionales…

Estamos entrando en otra etapa electoral y es evidente que va a resultar muy difícil, incluso sería ilógico, que el tema de la Sanidad Pública no esté en el debate de cara a las urnas. Pero con una mirada optimista y positiva, esperemos que los partidos de la oposición sean muy claros en sus propuestas y estar dispuestos a cumplirlas si llegan al gobierno, solos o en coalición. De lo contrario, la política de la mayoría social, la política positiva, va a continuar en la calle.

Roberto Tornamira
Miembro del Comité de Redacción de Tribuna Socialista

Editorial: Doce meses de destrucción y muerte

Se ha cumplido el primer aniversario del estallido de la guerra en Ucrania; concretamente el pasado 24 de febrero, día de 2022 en el que las tropas de Putin invadieron territorio ucraniano.

Las cifras son espeluznantes. En septiembre, el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia, el general, Serguéi Rudskoi, afirmaba que 14.000 soldados ucranianos podrían haber muerto desde el inicio de la guerra. Un par de meses después, el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., hablaba en la BBC de 200.000 soldados muertos -100.000 rusos y 100.000 ucranianos-, además de 40.000 civiles. En el mes de enero de este año, el jefe del ejército de Noruega, calculaba que 180.000 soldados rusos han muerto o que habían resultado heridos durante el transcurso del conflicto.

La propaganda de guerra -los medios de comunicación al servicio de la guerra- hace muy difícil conocer la verdad, y más aún la exactitud de muertos, heridos y desaparecidos, quizá algún día lo sepamos. Toda guerra es la máxima expresión de la barbarie. National Geographic cifra en 10 millones de muertos y 20 millones de heridos en la I Guerra Mundial. La Enciclopedia del Holocausto eleva a 55 los millones de personas muertas en la II Guerra Mundial, no sabemos si esa cifra incluye los, entre 50.000 y 100.000, muertos en Hiroshima que, el 6 de agosto de 1945, provocó la primera de las bombas atómicas que lanzó EE.UU., ni los entre 30.000 y 50.000 muertos que provocó la segunda bomba, lanzada tres días después sobre Nagasaki,. La BBC cifra en más 58.000 los soldados estadounidenses muertos en Vietnam y en no menos de 1,1 millones de vietnamitas. La guerra de los Balcanes, que se desarrolló entre 1992 y 1995, dejó 130.000 muertos… Un solo muerto ya es un espanto.

La destrucción de Ucrania está siendo doble: física, con la destrucción de viviendas, hospitales, colegios, carreteras, aeropuertos, estaciones eléctricas… y social, pues son más de 7 millones de personas las que se encuentran refugiadas en otros países de Europa y otras tantas las que se encuentra desplazadas, fuera de sus hogares, en el interior de Ucrania. El drama de la guerra se está cebando con mujeres y niños y niñas, como siempre. Ya en marzo del pasado año, el Grupo de Expertos en la Acción contra la Trata de Seres Humanos (GRETA) del Consejo de Europa advertía del riesgo de ser víctima de trata en un momento en el que el flujo de refugiados en Europa estaba experimentando «su mayor aumento desde la Segunda Guerra Mundial».

Muerte, destrucción y sufrimiento es lo que sufre el pueblo ucraniano. El resto de los pueblos de Europa, incluido el pueblo ruso, están sintiendo los efectos del intercambio de sanciones económicas, en forma de empobrecimiento y deterioro de los servicios públicos; sanciones que, a la vista de los resultados económicos de las grandes empresas de la energía, los combustibles, la banca, el armamento, etc., solo afectan a los más débiles. Un efecto perverso, el de las sanciones, que llevamos décadas viendo en Cuba, que se vio en Irak, que se continúa viendo en Siria…; las sanciones son para los débiles, los ricos sacan producto de la guerra.

Pero la llama de la resistencia contra la guerra no está apagada. Más 1.200 militantes; políticos y sindicales, docentes, periodistas, activistas de diversos movimientos y 29 organizaciones a nivel internacional han firmado el Manifiesto ¡Alto a la Guerra! ¡Alto el fuego inmediato, sin condiciones!, manifiesto que se hizo público el pasado 11 de enero.

Diputados del Bundestag han llevado a cabo una movilización el pasado día 25 d febrero ante la Puerta de Brandemburgo, en Berlín, para llamar a la paz y la negociación. Este llamamiento ha sido apoyado en Change por más de 600.000 firmas. Como en Berlín, en Madrid, en Génova, en Bruselas, en Londres y en otras grandes ciudades europeas, miles de personas han salido a la calle a decir ¡Alto a la Guerra!

A lo largo del mes de febrero han tenido lugar actos por el ¡Alto a la guerra!, manifestaciones y concentraciones, de forma acentuada en los días del aniversario de la guerra, los días 24 y 25 de febrero, y hay actos programados para estos días próximos de marzo. De todo ellos se da cuenta detallada en los Boletines informativos del CATP. Toda esta actividad es ninguneada por los medios de comunicación de masas.

Las bravuconadas de Putin y Biden, lanzadas en escenarios y platós de TV al aire libre, acompañan a los presupuestos de guerra a los que la OTAN empuja a sus aliados, a los que el epígono de Stolypin responde que dedicará recurso ilimitados a la guerra y que suspende el tratado de control de armas nucleares. ¿Dónde nos quieren llevar? La barbarie no es la garantía de la democracia y la libertad.

La sociedad tiene que despertar, y lo va a hacer con o sin el concurso de las organizaciones políticas y sindicales que debieran estar, desde hace tiempo, al frente de la movilización y la organización contra la guerra y la barbarie.