
Cada 8 de marzo, los medios de comunicación y las instituciones emplean sus mejores intenciones en analizar los progresos de sociales en materia de género.
Lamentablemente, cada 8 de marzo, se comprueba, que ser mujer y ser trabajadora conlleva un sobreesfuerzo. Concretamente se calcula que, las mujeres españolas, por ejemplo, tienen que trabajar 84 días más al año para ganar lo mismo que un hombre. Por el mismo trabajo. Con el mismo rendimiento.
Este hecho, tan injusto como constatable, explica, con creces, que aunque la clase trabajadora como colectivo, se identifique, internacionalmente, con el Primero de Mayo, sin embargo, aún sea necesario un 8 de Marzo, específicamente dedicado a una mitad de esa misma clase trabajadora: La mitad femenina.
Originariamente se trata de una celebración trágica (como, por otra parte, también lo es el Primero de Mayo) ya que el 5 de marzo de 1908, Nueva York fue escenario de una huelga en la que un grupo de mujeres reclamaba la igualdad salarial, la disminución de la jornada laboral y un tiempo para poder dar de mamar a su descendencia.
Perfectamente actual. Tristemente vigente.
Durante esa huelga, perecieron más de un centenar de mujeres quemadas en una fábrica de Sirtwoot Cotton. Dos años después, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres se aprobó declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer TRABAJADORA.
Más de un siglo después de reivindicación laboral: aunque sea evidente que en la ciudadanía hay mujeres y hay hombres (más o menos en la misma cantidad); aunque esté comúnmente asumido que dicha ciudadanía debe tener igualdad de derechos; aunque sea un principio básico de equidad que el trabajo es uno de esos derechos… El corolario que se deduce, no es que hombre y mujeres colaboran en igualdad de condiciones en el entorno laboral, sino que, bien al contrario, una gran brecha separa a las trabajadoras de sus compañeros.
En sociedad del siglo XXI, en las vidas laborales de las mujeres se produce un empobrecimiento paulatino. Desde el inicio: su inserción laboral se produce con sueldos más bajos que los de sus compañeros y, a partir de ahí, un desequilibrio salarial entre hombres y mujeres se profundiza a lo largo de toda su vida y, cuando llegue el momento de la jubilación las penalizará de nuevo (dado que sus retribuciones de partida habrán sido habrán sido menores).
Por otro lado, no solo las diferencias salariales castigan a las mujeres selectivamente. Un puesto de trabajo digno implica, por supuesto, una retribución justa, pero también unas condiciones laborales adecuadas, posibilidades de promoción y una ordenación del tiempo de trabajo que permitan la conciliación de la vida personal, familiar y laboral.
Tampoco aquí el análisis resulta nada halagüeño: El techo de cristal sigue vigoroso e impenetrable frente al progreso de las mujeres. Apenas unos datos de las encuestas de Grant Thornton International, para sustentar esta afirmación: Menos de un cuarto de los puestos directivos de las empresas a nivel mundial es gestionado por una mujer y, por si esto fuera poco, en los últimos cinco años la tendencia de esta representación femenina es a disminuir.
Respecto a las condiciones laborales un nuevo fantasma se cierne, selectivamente, sobre las mujeres: La doble jornada.
Teóricamente, proporcionar a los trabajadores y trabajadoras la opción de conciliar su vida personal, familiar y laboral es un elemento importante de la gestión del capital humano. En este sentido, en España, el marco legal está definido por la Reforma Laboral (aprobada por el Real Decreto-Ley 3/2012), y por la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia (39/2006, de 14 de diciembre). Ambos textos introdujeron cambios respecto a la conciliación para facilitar la vida laboral y familiar a la plantilla con hijos, o hijas, o personas dependientes a su cargo.
Sin embargo, la realidad es tozuda y, aunque la familia la formen hombres y mujeres, cuando se habla de medidas para la conciliación, raramente se verifica con la implicación de la parte masculina de la experiencia. Es la mujer la que sigue asumiendo estas tareas, ya que el reparto de obligaciones del hogar con el hombre sigue siendo desigual.
En esto, la crisis económica ha venido a agudizar el proceso. Las empresas y la administración han dejado de asumir el coste que implicaría un cambio de dirección, de modo que, aún se está muy lejos de interiorizar que, conciliar no es trabajar menos, sino trabajar mejor y con mayor calidad de vida. Así, conciliar debería ser una reivindicación de toda la clase trabajadora, independiente del género de la persona que solicita estas medidas.
Se debería buscar un empleo con horarios más flexibles, con teletrabajo o trabajo desde casa, escuelas y guarderías infantiles, o con servicios para el cuidado de las personas dependientes. Sin embargo, a pesar de que numerosos estudios ponen de manifiesto que la conciliación aumenta la productividad, obliga a planificar horarios, a aprovechar mejor el tiempo de trabajo, reduce el absentismo y es un estímulo para las plantillas, se estima que, las medidas de conciliación en nuestro país, alcanzan tan solo al 30% de las personas afectadas.
Y para el 70% restante, la crisis ha hecho que las responsabilidades familiares obliguen a elegir. En un paisaje de peores condiciones laborales y sueldos menores, la elección está lastrada: la renuncia caerá de nuevo, sesgadamente, sobre las mujeres.
No obstante, hay soluciones para conciliar la vida laboral, familiar y personal, y en la mayoría de los casos no suponen un esfuerzo económico para la empresa y sí muchos beneficios. Racionalizar horarios y flexibilizar estructuras solo es una cuestión de decisión y confianza en un cambio de modelo. Un modelo centrado en las personas. En las mujeres y en los hombres.
El 8 de marzo actualmente, se celebra como el Día Internacional de la Mujer. A secas.
La mitad de la población mundial precisa un día para que se le visibilice, no solo como trabajadora, sino como sujeto… Ya esto, por sí mismo, debe ser un tema para reflexionar.
Entre tanto, tomemos conciencia de que, en definitiva, solo será posible un empleo digno contemplado un programa de conciliación equitativo y justo.
Entre tanto hagamos que las mentes (sobre todo las legisladoras y ejecutivas) interioricen que es una necesidad de personas, no de géneros.
Quizás entonces el 8 de marzo ya no sea necesario.
Susana P. Gaytán
Profesora Titular de Universidad
Facultad de Biología.
Universidad de Sevilla
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