
La memoria histórica es algo voluble que viaja en el tiempo y a la que hemos dado una forma. Una forma de olvido, rojo y negro. En este olvido se nos van nuestros abuelos, se nos van las personas que vivieron intentando recuperar a sus familiares de las frías fosas y les debemos esta reparación.
Sin duda hemos perdido la perspectiva de por qué se hizo una ley de memoria democrática entre tanto ruido antidemocrático. Por este motivo vamos a preguntarnos, ¿Acaso a las nuevas generaciones les importa saber de dónde venimos?, consideremos que sí. Partiendo de esta consideración, veamos qué puede ser la reparación en la memoria histórica de nuestro país.
Hay dos rasgos relevantes en los discursos sobre la memoria histórica en España, uno de ellos es un pasado traumático para las personas que vivieron la guerra civil y la dictadura de Franco, y otro el valor político y como sociedad que hemos otorgado al recuerdo de las víctimas.
Como señala Aróstegui en su libro, “Traumas colectivos y memorias generacionales: el caso de la guerra civil”, la memoria está basada en la vivencia y es “directa y espontánea”, por lo que puede generar sentimientos, y hacer que la historia se viva de manera diferente según la clasificación de vencedores y vencidos. La memoria generacional se irá diluyendo con el paso del tiempo si no hay un lugar común al que volver, estas generaciones que lo habían vivido están muriendo, quedarán las fotografías, los relatos y el silencio.
Sin embargo, como la ley de Memoria Democrática del 20/2022 de 19 de octubre, indica “el olvido no es una opción para la democracia”, pero y ¿para la sociedad?, ¿lo es? Nos estamos encontrando ante una sociedad que ya no puede ser reparada por los años que han pasado debido a que muchas de estas personas que lo vivieron van falleciendo y sin quererlo se genera un olvido colectivo. Las fosas comunes que quedan aún en España son un reflejo de este problema en cuanto a la reparación. El día 15 de octubre se entregaron los restos humanos rescatados por la Asociación de memoria histórica, en Lugo, de dos personas del bando republicano asesinadas por sus ideales y participación en el intento de detener el golpe. Sus familiares murieron en la búsqueda de justicia y no pudieron celebrar su entierro. La mayor fosa común que hoy en día sigue en proceso de exhumación está situada en Sevilla, con más de 2000 personas en ella.
Si hacemos el ejercicio de echar la vista atrás de los lugares que pueden ser un recordatorio, nos fijamos también en las cárceles, aquellos terrenos grandes en los que ya no queda nada, o se ha edificado encima de ellos. Este pasado 27 de junio se cumplían 80 años desde la inauguración de la cárcel de Carabanchel, una de las prisiones donde se albergaba un mayor número de personas detenidas durante el régimen franquista, y donde había archivos abandonados sin ninguna recuperación, y por tanto ninguna seriedad histórica. En estos terrenos, los vecinos de Eugenia de Montijo y Aluche llevan reclamando durante muchos años un centro de recuperación histórica donde se recuerde el horror, la pena y la historia. ¿Queda algo que recuerde este lugar? La respuesta es no. Asimismo la cárcel de ventas, que durante los años 1931 a 1969 fue una cárcel destinada a las mujeres. Esta cárcel procuraba ser un modelo en cuanto a apertura y buen trato a las reclusas, su realización fue obra de Victoria Kent durante la segunda república, que sin pretenderlo fundó una prisión para mujeres que el único delito que cometieron fue pensar libremente. En esta cárcel hubo niños con sus madres, en condiciones deplorables, y os preguntaréis ¿queda algún recuerdo de este lugar? La respuesta es no.
Siguiendo los escritos sobre cárceles en España durante el franquismo, encontramos a autores como Julián Chaves que escribe sobre Extremadura en “Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea”. En este texto se señala que se crearon campos de concentración en diferentes ciudades de Extremadura como Trujillo para reprimir y albergar mayor cantidad de presos que en las cárceles. Citando a otro historiador como Santiago Vega, él señala que durante los años 50 y 60 seguían en la prisión Central de Burgos, un total de 580 antifranquistas. De ellos según este investigador, “el 90 % era de ideología y militancia comunista”, esta cárcel era la que mayor número de presos albergaba fuera de Madrid. En el caso de las mujeres presas políticas permanecerían en Alcalá de Henares, que se aumentó en tamaño en 1956, transformada ese año en Reformatorio de Mujeres. Según señala este mismo autor la cárcel de Carabanchel era usada por el régimen hasta entrada la democracia por su carácter preventivo, hasta que se resolvía el juicio. En los lugares de dichas cárceles no queda recordatorio de qué ocurrió y la falta de consenso histórico es notable, cuando no debería caber duda del horror que se vivió.
¿Después de todo qué es la memoria? La memoria para esta autora existirá siempre que los relatos estén vivos y sean conocidos, los datos, las cifras, las personas y las fotografías. Desenterrar las fosas y enterrar dignamente a nuestros familiares es un acto de justicia. La memoria del amor que no llegaron a tener, la memoria para no volver al caos, la memoria para no perder nunca el rumbo y seguir siempre adelante.
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