De acuerdo

«Nuestra capacidad para adaptarnos, y para aceptarlo todo,

es uno de los más grandes peligros que corremos.”

Stanislaw Lem

La carta nos puso los dientes largos.

                Las posibilidades se abren de pronto, como pequeñas grietas por las que se suma el encantamiento, que decía Negri, y toda nuestra resignación se hace posibilidad, y los cierres de la costumbre se abren como oportunidades de avanzar democráticamente en un país que dejó tantas cosas por hacer, tantos sentidos democráticos silenciados y sin explorar, tantos agujeros negros que ha ido rellenando la costumbre, la institucionalización, el miedo, el mal menor, la inercia, la decepción…

                La carta de Pedro Sánchez se entendió políticamente. Como esa voluntad de ruptura que asume el punto de vista subterráneo, que supera los liderazgos y sus hipotecas, las trayectorias y sus lindes, como quien se topa con el final abrupto de un camino, descubre la trampa en el juego o se da cuenta de que aquellos que te pasaron la mano por el lomo de la institucionalidad nunca han dejado de despreciarte.

                No tenía otra explicación. Una decisión que es un momento, una certeza… y que luego se hace colectiva, aclaración, relato y ruptura, abriendo en el espacio público ese momento que cambia pequeñas cosas que lo cambian todo, que devuelve al espacio público esa posibilidad que es utopía, que permite pensar de nuevo desde nuestra pluralidad política múltiple y creadora rompiendo la dinámica, tediosa a veces, del acontecer público.

                Porque nada es pequeño cuando es clave. Y qué duda cabe de que la carencia de una transición democrática en nuestro poder judicial y la elipsis profunda de nuestro mandato constitucional que afirma ufano que, del pueblo español “emanan los poderes del Estado” ha configurado un poder autónomo ─no el único, lamentablemente, de nuestro sistema político─ que se sabe actor y límite, arbitrio e influencia, agente y reparto. Y hay que recordarlo, y hay que ponerse un poco así, grandilocuente y nostálgica de lo que no ha ocurrido, aunque solo sea por contraste.

                Y quizá así se entienda mejor que no fue que el Partido Popular secuestrara durante cinco años el órgano de los jueces mientras clamaba ─y clama─ por reforzar el corporativismo de este poder autónomo del Estado, sino que fue más bien un consorcio para la defensa de los intereses profesionales individuales y colectivos de sus asociados y militantes, en la que los unos acompañaban el discurso político de los otros y éstos correspondían con la continuidad en el manejo de uno de los poderes de última instancia del Estado.

                Pactar hay que pactar, y siempre es bueno llegar a acuerdos. Pero cerrado el nombramiento del nuevo Consejo, asentado de nuevo el relato de la inanidad, la decepción, la cuota, el silencio y el hacerse perdonar por los que van a seguir mandando diga lo que diga el pueblo español, nos queda apenas, otra vez, volver al pozo de las oportunidades perdidas, al inútil plañidero del análisis de las disfuncionalidades democráticas y a la parálisis de la queja mientras el juego político avanza, dejando atrás los espacios de oportunidad que hacen a la gente protagonista de sus instituciones, como un reguero de decepción que, finalmente, habrá de traer al poder a los que entienden la política como un negocio societario, envueltos, eso sí, en banderas de colores y con su trampantojo de enemigos de la patria, como parapeto de esa corrupción estructural que los jueces adecuados nunca investigan adecuadamente.

                Y ya no hará falta que los jueces elijan a los jueces, y ya no harán falta consensos para la imparcialidad sino cuotas para el agradecimiento, y ya no hará falta un parlamento que discuta ante la opinión pública la idoneidad de unos nombramientos sino que bastará el anuncio rápido de unos nombres previamente pactados por sus partidos (bajo la mirada condescendiente de Europa), y ya no hará falta que los jueces puedan o no puedan saltar de un lado al otro del estrado sino que simplemente se avengan a seguir negociando de parte de los poderes que no emanan del pueblo.

                Y ya no hará falta legislar para que el bloqueo no vuelva a ser una herramienta posible y por lo tanto válida para surfear las reclamaciones democráticas de una ciudadanía a la que cada cierto tiempo hay que enseñarle que votar realmente tampoco cambia a todos los que realmente mandan.

Gloria Elizo Serrano

Directora del Instituto Clara Campoamor para el fortalecimiento de la Democracia

Fue vicepresidenta de la Mesa del Congreso de los Diputados

Regresar al futuro

Por Gloria Elizo Serrano

Deberíamos empezar diciendo que básicamente una amnistía es un procedimiento de naturaleza política para devolver al espacio de la acción pública a los actores políticos expulsados de su acceso a ella por mor de un procedimiento penal que ha considerado delictiva su actividad política.

Nuestra historia, lo sabemos, está llena de ejemplos de esa tendencia a expulsar y excluir otras visiones y otras formas de entender España a base de usar la Justicia para convertir en enemigos públicos a los que pensaban diferente ! los herejes, la antiespaña, los rojoseparatistas, los traidores a la patria! , pero también de ejemplos de reconciliación, de visiones integradoras que, desde un sistema constitucional abierto y garantista, devuelve al diálogo, a la negociación y a la democracia las diferencias políticas.

Y por eso, cada vez que en España se recobra la democracia, la Constitución y las libertades, es necesario empezar haciendo una amnistía.

En el caso en el que nos encontramos la situación no fue tan grave, pero si lo fue la tendencia, el haber iniciado un camino en el que el Código Penal, los tribunales, la policía política, los medios afines, etc. se usaron para colocar fuera de la Ley a un gran número de representantes y actores políticos y para enviar a la cárcel a algunos de ellos, iniciando una deriva muy peligrosa para nuestra democracia.

Desandar ese camino político, volver a la posición de la democracia integradora, restablecer el discurso político en y con Catalunya precisa, por desgracia, de una acción política absolutamente constitucional como es la amnistía.

Porque estos sucesos, esta Amnistía, no se pueden entender sin recordar la grave crisis económica del 2008 creada por la especulación financiera internacional, la sucesión de recortes unida a los casos de corrupción que asolaron Catalunya y toda España, así como grave Sentencia del Tribunal del Constitucional del 2010 que deslegitimó al pueblo catalán echando por tierra un Estatuto igual al de tantos otros lugares y ya ratificado en referéndum.

No se puede entender sin los intereses cruzados de los dirigentes políticos de la derecha en Catalunya y la dirección política de la derecha en el gobierno del Estado, empeñados ambos en “hablar de otra cosa” que no fueran los recortes, los abusos, la corrupción sistémica y las desviaciones de poder.

Luego vendrían las escuchas ilegales por parte del Estado, la fabricación de informes de la policía política, las mentiras de los periodistas mercenarios, la utilización del Tribunal Constitucional como si fuera un Juzgado de Instancia, el Tribunal Supremo fantaseando con el juez ad quo, los hechos y su encaje penal.

Y sobre todo se impuso el relato del nacionalismo excluyente, la conocida táctica de dibujar un enemigo interno al que hay que extirpar presentándose como adalid de la defensa de la verdadera nación… incluyendo de paso ! como siempre! las habituales políticas regresivas, la corrupción sistemática con los actores económicos cercanos y la restricción a las libertades de la gente.

Y por eso, por esa estrategia nefasta y cortoplacista es necesario ahora retroceder a la encrucijada donde nuestro sistema equivocó el camino de la democracia para dejarse arrastrar por el camino de la exclusión.

Puede parecer una exageración, un aviso o una tendencia. Pero hoy, al igual que en 1977, ante el avance de los discursos de la extrema derecha, tenemos que elegir en qué sistema político queremos vivir. Si en uno en el que los adversarios políticos son enemigos de la patria y hay que excluirlos penalmente, o en una democracia inclusiva y plural donde partidos que no comparten su visión política pueden firmar un acuerdo reconociéndose como existentes, diferentes y respetuosos de esas diferencias.

Y para eso es necesaria esta amnistía.

El Partido Popular está en su perfecto derecho de criticar los programas, las posiciones y los pactos para formar gobierno de Pedro Sánchez, de intentar incluso que olvidemos que son los mismos pactos que Feijoo no ha podido llevar a cabo por culpa de su mochila excluyente.

Pero la amnistía es incluso una oportunidad para que, andando el tiempo, el propio Partido Popular pueda volver al espacio constitucional y al dialogo con ese nacionalismo de derechas con el que ya Aznar hablaba en catalán en la intimidad.