
Pocas veces ha habido tanta especulación política y debate en los medios de comunicación, sobre la identidad y tendencia del Papa que tenían que elegir el mayor número de Cardenales en la historia de los Cónclaves, 133, que al final han optado por el cardenal Robert Francis Prevost, que gobernará de ahora en adelante la Iglesia católica con el nombre de León XIV. Elección que se ha producido con mayor rapidez de la pronosticada por una mayoría de todógos y, en menor medida, por los conocedores de la prosopopeya e intríngulis con el que se mueven los asuntos políticos en el pequeño Estado Vaticano donde nunca manca fineza.
La Manca fineza ha faltado en el espectáculo informativo televisivo en el que las cadenas españolas han convertido el largo, larguísimo, proceso de las exequias fúnebres del Papa Francisco: primero la preparación del cadáver para su exposición pública en el funeral celebrado en la Plaza de San Pedro, al que asistieron Reyes, Jefes de Estado y Jefes de Gobierno, después el paseíllo del féretro por el centro de Roma, hasta la Basílica de Santa María Mayore, donde descansan ya sus restos. Luego vinieron las nueve misas, una diaria, en su memoria, y todo el trámite protocolario previo al inicio del Conclave, y el desarrollo del mismo.
Y todo retransmitido en directo desde el día del fallecimiento del Papa Francisco, con horas de emisión que era necesario rellenar sin más información que la repetida hasta la saciedad, que dio lugar a un sinfín de pleonasmos sinsentido y reiteración en los mismos contenidos; por ejemplo, sobre el protocolo que se sigue en cada evento y, esto es lo peor, con preguntas ilocutivas vacuas, por genéricas, que ponían en un compromiso a los periodistas que estaban a pie de micro en diferentes puntos del Vaticano, del tipo: ¿qué ambiente se respira en la plaza de San Pedro a esta hora?, ¿hay mucha gente?, ¿qué se comenta en la plaza?, ¿cómo matan el tiempo de espera? Preguntas que les ponían en un compromiso porque les obligaba a improvisar un discurso descriptivo de una situación que apenas variaba nada, repleto de respuestas simplonas y muletillas centradas en lo mismo, repetidas una y otra vez: el ambiente es de espera, de emoción contenida, hay personas venidas de muchas partes del mundo, etc.
Junto a la desinformación, por reiterativa, que provoca convertir la información en un espectáculo televisivo que obliga a estirar el chicle sin nada nuevo noticiable durante horas; está la falta de criterio por parte de los programadores que, abducidos por la pugna mediática por estar presentes allí donde se produce un hecho de alcance planetario, olvidan que su función informativa no es estar por estar en un punto noticiable, sino estar si tienes algo novedoso que contar que no sea siempre lo mismo: lo poco gusta y lo mucho cansa y agota la mente; por eso hubiera sido mejor realizar conexiones puntuales cada vez que hubiera una información nueva de interés.
Que olvidan que estar emitiendo durante horas todos lo mismo, supone reducir la posibilidad de los espectadores para elegir otros contenidos, en lugar de obligarles a ver, sí o sí, un espectáculo que termina por devaluar, para los devotos, la espiritualidad que debería ser la característica principal que empapa la muerte de un Papa y su sustitución por otro, al dar pábulo a un debate centrado en el carácter más o menos progresista del que se va y de su sucesor.
Programadores que olvidan, y aquí la mayor responsabilidad está en la televisión pública, el artículo 16 la Constitución donde se establece que el Estado español es aconfesional; esto es, que no privilegia unas creencias religiosas sobre otras. Que los canales públicos, en especial RTVE, se lancen a competir con las televisiones privadas, que no están obligadas a mantener un equilibrio en los contenidos a este respecto, supone una dejación de su función de velar por este principio constitucional, que ya olvidó en la pasada Semana Santa donde hubo más retransmisiones en directo que nunca de procesiones. En concreto L2 dedicó durante el jueves y viernes santo tres cuartas partes de su programación a la retransmisión en directo de las procesiones más significativas en diferentes ciudades de España.
El nuevo jefe de RTVE, José Pablo López, no debe tener claro todavía que la televisión pública es para todos los ciudadanos y no para una parte, y desconoce que la mayoría social ya no es creyente debido al proceso imparable de secularización de la sociedad española desde el comienzo de este siglo. Igual no ha debido leer el informe de 2019 del CIS en el que, por primera vez, se apuntaba que el número de ateos, agnósticos y no creyentes superó al de católicos practicantes, con un 29% de la población. Caída que se agudizó en el informe de 2021 en el que el porcentaje de creyentes cayó hasta el 16,7%. Datos corroborados por la propia Conferencia Episcopal Española, que en su informe de 2019 ya confirmaba el descenso en picado, desde 2007, de la práctica de sacramentos como los bautizos y comuniones, un 40% menos, y los matrimonios religiosos, 45.000 menos en la última década. Guarismos que confirman la caída sostenida de la influencia del catolicismo en la sociedad.
Alguien debería recordarle también que la televisión pública no debería ser el foro para la especulación no fundamentada en hechos y datos, como se ha especulado en las largas horas de retransmisión en directo, en las que los periodistas se han lanzado, sin criterio alguno, —error en el que han caído todos los medios— a ofrecer quinielas sobre las Cardenales más papables, para no ser menos que el resto de medios. Mimetismo absurdo que genera confusión que desinforma y desvía el mensaje informativo para centrarlo en un nominalismo de candidatos: ¿cómo están las apuestas? Mejor hubiera sido con tantas horas de emisión por delante que alguien, con criterio periodístico, hubiera preparado dossiers informativos para los presentadores y redactores, con datos curiosos u originales sobre el Estado Vaticano y su funcionamiento, siempre tan opaco, o sobre lo que doctrinalmente estaba en juego en esta elección.
Hemos oído hablar de continuidad o no en el mensaje doctrinal del Papa Francisco, pero han sido pocos los expertos que han explicado cuales son los puntos fuertes de ese mensaje. Como tampoco nos han aclarado cuales eran los argumentos de los opositores al papado de Francisco, y qué es lo que querían exactamente. Ni se ha profundizado en contar a la audiencia el impacto que ha tenido en la estructura de poder en el Vaticano, los cambios acometidos por el Papa Francisco. Contenido que hubiera permitido dotar de información interesante para la audiencia en las largas horas de retransmisión, sin tener que caer en las informaciones y expresiones simplonas y hueras resultado de optar por hacer un espectáculo televisivo.
Ahora todo está centrado en cuál será la dimensión doctrinal y pastoral del nuevo Pontífice—constructor de puentes—, León XIV, qué en sus primeros mensajes dirigidos a los fieles, parece seguir la estela aperturista de su antecesor, aunque con maneras menos entusiastas y más distantes que su predecesor, y con un gusto mayor por los rituales litúrgicos clásicos. Veremos.
Vicente Mateos Sainz de Medrano.
Periodista, profesor universitario
y Doctor en Teoría de la Comunicación de Masas

Debe estar conectado para enviar un comentario.