
Estamos asistiendo durante estos días a la escenificación del teatro navideño. Un mundo de luces destellantes, comilonas, buenos deseos sin pasarse, compras disparatadas y, en el fondo, cada vez más difuminada, una de las fiestas mayores del cristianismo en todas sus manifestaciones.
Indudablemente, después de todo un año todas las personas tienen ganas de fiesta, de encontrarse con la familia, a veces lejana, como nos recordaban los anuncios de turrones. No obstante, en este contexto festivo, es importante saber el trasfondo de lo que estamos celebrando. Para ello vayamos por partes.
En primer lugar, y desde una perspectiva histórica española, que no tiene por qué ser la de otros países, los cuales pueden representar varios miles de millones de habitantes del planeta, la Navidad es una fiesta religiosa cristiana. El nacimiento de Jesucristo marca la transición entre el antiguo y nuevo testamento de esa novela llamada Biblia, cuya verosimilitud está al mismo nivel que cualquier otra obra de fantasía, como, por ejemplo, El Señor de los Anillos. Lo que sucede es que esa ficción fue asimilada como referencia en el siglo IV de nuestra era, la cristiana, por supuesto, por el emperador Constantino como un elemento necesario para estabilizarse en el poder. No voy a entrar en detalles al respecto, porque si alguien quiere informarse sobre ello puede recurrir al libro de Fernando Conde Torrens, “Año 303, inventan el cristianismo”, que con algunos aspectos cuestionables arroja bastante luz sobre este problema.
Lo que hizo Constantino no es algo novedoso, es algo que han hecho las sociedades humanas a lo largo de la historia. Como viene a decir Yuval Noah Harari en Sapiens, cuando explica como la religión fue un mecanismo fundamental de cohesión política entre personas que tienen intereses muy diversos. En todas las sociedades primitivas siempre ha habido una religión que aglutinaba a los habitantes, que servía para explicar místicamente hechos que la ciencia del momento no sabía interpretar y para mantener una arquitectura política de poder donde había señores y súbditos. De ahí que cada grupo de civilización tengan un conjunto de creencias propio tan verosímil como el de las demás: Todas las religiones dicen que las demás son falsas y no mienten.
Evidentemente, la religión se va construyendo con el paso del tiempo y lo que en un momento parece certero después no tiene por qué serlo y viceversa. Por ejemplo, la virginidad de María se instituyó como dogma en el Concilio de Letrán, a mediados del siglo VII. ¿Virginidad retroactiva con 649 años de retraso? Hasta Santo Tomás de Aquino reconoció que la razón no podía probarlo; es decir, traduciéndolo, que era un cuento.
Pero quizá desde el punto de vista político el momento religioso culminante de la Navidad es la adoración de los Reyes Magos. Es irrelevante su procedencia y lo que trajeran, son solo detalles para adornar el cuento, lo fundamental es que, siendo reyes, se postran ante un ser superior, cuyo representante en la Tierra, nos referimos a occidente y sus colonias, es el Papa de Roma. Es emular la estructura de un imperio donde el máximo poder está en manos de un representante de Dios escogido por sus pares. Así ha venido funcionando la Iglesia desde entonces. Los reyes súbditos de ese ente ficción representado por el Papa han impuesto la religión salvajemente a sangre y fuego en todos los lugares que han conquistado, como método de implementar una política económica extractiva soportada por la esclavitud.
La irrupción del capitalismo de masas ha dado una vuelta a este esquema y lo que vemos ahora es una actualización de dioses. Hemos pasado del dios bíblico al dios económico: el dinero y la acumulación de capitales. Ahora ya la fiesta religiosa es un tema de nostálgicos que cada vez le importa menos a nadie. Ahora lo importante es gastar: comprar sin medida cosas innecesarias, comer y beber lo que no está escrito, viajar a sitios exóticos para seguir comprando, etc. La maquinaria del capitalismo extractivo vive de eso y está asentada sobre un absurdo tan inconsistente como la propia religión. La religión se sustenta sobre una verdad revelada imposible de analizar científicamente, porque incluso tampoco sabemos quién la ha revelado; al menos en una novela solemos saber la autoría. El capitalismo se monta directamente sobre un supuesto falso de crecimiento infinito; cuando sabemos por la Física que el crecimiento infinito en un mundo finito es absolutamente imposible.
Toda esta ficción de dioses, luces y compras genera una felicidad ficticia que pretende tapar un mundo brutalmente desigual, donde coexiste la riqueza extrema con la pobreza extrema, y donde para generar esa acumulación de riqueza es imprescindible la extracción de recursos sobre grandes capas de la sociedad que caen en la pobreza. No hace falta irse al tercer mundo, lo tenemos aquí, aunque los propios que la sufren no sean capaces de interpretar el porqué, para eso se inventó la religión. La anulación del raciocinio vía verdades reveladas e incultura lleva a generar una población de súbditos que aceptan su condición como normal. En España sabemos mucho de eso, no en vano la Inquisición estuvo en vigor hasta 1834, y volvió de facto durante la dictadura entre 1939 y 1975, y la esclavitud estuvo en vigor hasta 1886.
La confluencia de las dos visiones del proceso navideño crea una ficción que ilustra muy bien la teoría de la bicicleta, seguir pedaleando más y más para no caer. Pero el problema es que al final de este camino hay un precipicio que se llama cambio climático y ahí se va a estrellar la bicicleta con todos sus dioses, su dinero y toda la especie humana si no hacemos algo para parar esta locura. Estos gestores del dinero y la fe son la prueba fehaciente de que no hay un más allá, porque si lo hubiera, con un dios misericordioso, no harían lo que hacen: vivir extrayendo toda la riqueza y eliminando a quien se les pone por delante como si no hubiera un mañana para ellos.
Avisos los ha habido desde hace mucho, hasta Alexander von Humboldt, hace más de 200 años, se dio cuenta del impacto que suponía para el medio natural los cultivos intensivos en el Virreinato de Nueva Granada. Rachel Carson inició su lucha particular contra el DDT a finales de los 60. Los científicos de IPCC ponen blanco sobre negro el problema un día y otro. Debemos ser conscientes de que, a la Naturaleza, al planeta, le da lo mismo, ha estado sin nosotros toda su historia, ya que llevamos provocando daños severos desde hace unos 300 años, pero la Tierra está aquí desde hace 4.500 millones de años, y podrá seguir sin nosotros de la misma manera.
La fiesta, aunque sea la de Navidad, no puede continuar de esta manera o estaremos perdidos por nuestra propia inconsciencia y esto no es un juego de la Play. Cuando salta en game over ya no hay vuelta atrás, es imposible reiniciar, incluso aunque saquen el Cristo en procesión a dar una vuelta.
Eduardo Sabina Blasco
Militante de Izquierda Socialista
-PSOE-Madrid

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