Los efectos sociales y políticos del FOMO y el SELFIE

El impacto social de las redes digitales es ya un hecho innegable y verificable por cualquier observador atento a las tendencias sociales que en ellas se gestan, que los internautas extienden a la sociedad a través de sus acciones y comportamientos, condicionados por lo que éstas exigen para ser un agente, un nodo de comunicación, activo. Efecto que altera la psicología de los usuarios que trasladan a la población general, a la ciudadanía, a través de dos fenómenos surgidos en ellas que ya son cotidianos: el FOMO y el SELFIE. Fenómenos complementarios que expresan la ansiedad, la necesidad, de conocer, estar e, incluso, ser protagonista de todo lo que se cuece en la actualidad global que ofrecen de continuo las redes, por la velocidad de circulación de la información que imponen, definiendo así el perfil de ciudadano al que hay que ajustarse para estar en la onda de la era digital.

                El FOMO (Fearof Missing Out), es el miedo a perderse algo, bien sea una experiencia de valor significativo que otras personas disfrutan, o cualquier evento de ocio, cultural, familiar o de la vida pública, verificados a través del SELFIE (auto retrato) que ejerce de notario de tu presencia en el lugar donde dices estar, para certificar que no te pierdes nada de la amplia oferta que la dinámica de las redes sociales ofrece de continuo. Para verificar que has estado allí. La acción conjunta de ambos fenómenos disloca la dinámica por la que se venían guiando las acciones y conductas de las personas en todo tipo de cuestiones de la vida en general, con claros efectos perniciosos que este verano han protagonizado la actualidad. El más notorio es el turismo masivo desbocado y, el otro, el político donde la necesidad de estar a todo lo que salta, lleva al desarrollo de discursos sin fondo ni proyecto, centrados solo en girar la actualidad al enfoque que interesa para atizar al enemigo, con y por lo que sea, olvidando la hemeroteca.

El miedo a perderse algo y el Selfie han irrumpido en la política creando discursos sin fondo ni proyecto

                Las protestas ciudadanas de este verano en decenas de ciudades contra el modelo actual de turismo masivo —en especial en zonas muy tensionadas como las islas Baleares, Sevilla, Canarias…—, mostradas en los medios con multitud de imágenes y datos, reflejan su impacto negativo concretado en la pérdida de calidad de vida que sufren los ciudadanos que viven a diario su acoso: porque los recursos para mantener los servicios públicos de la población autóctona (sanidad, agua, limpieza urbana, seguridad…), son insuficientes para una población que los turistas duplican, triplican o cuadruplican en verano. Turismo que ha acabado con el concepto de viajero, de viajar, trasmutado en un simple peregrinaje por aquellos lugares de fama mundial por donde debes pasar y verificar que has estado allí.

En las ciudades turísticas el gran problema es la insuficiencia de los recursos necesarios para mantener los servicios públicos para una población que se duplica, triplica o cuadriplica en verano

                Fenómeno favorecido por el descenso en los últimos años del precio de los paquetes turísticos que incluyen estancia y vuelo o la navegación en barcos convertidos en auténticas ciudades que, si bien entrañan una democratización del derecho a viajar, suponen una irrupción masiva en la vida de las personas y entornos culturales y naturales que se visitan. Fenómeno aderezado, incentivado, por el FOMO y el SELFIE, que convierten las ciudades y espacios naturales en parques temáticos masificados que los peregrinos digitales recorren, mayoritariamente, no para adquirir cultura sobre lo que visitan y patean —aunque sea de garrafón—, sino para certificar que han estado en el monumento que no se puede dejar de visitar, en la playa o espacio renombrado por sus valores naturales o en las áreas comerciales que convierten las ciudades, grandes y medianas, en sucursales clónicas de las mismas marcas y modelos de negocios. El efecto, la pérdida de valor de lo autóctono que desaparece al no haber hueco en el programa del peregrino turístico, que debe recorrer lo pre configurado sin tiempo para hablar con los pobladores del lugar: la vía para adquirir un conocimiento más amplio y enriquecedor sobre las costumbres del lugar que visita.

                Hay una tercera pata que es la floración exponencial, sin control en la última década, de las habitaciones y pisos turísticos que han acabado, o están a punto de hacerlo, con el modelo de convivencia clásico entre los vecinos del barrio rico en monumentos y vida social, que ese turismo masivo convierte en un castigo destructor del costumbrismo que lo hace especial, y provoca la subida de precios de las viviendas que obliga a los autóctonos a abandonar su casa de toda la vida presionados por sus caseros que, como las hienas, huelen el dinero fácil y rápido de los turistas. Así, lo que distinguía al barrio, a la zona que se visita, se difumina y trastoca por la regla de la igualdad de modelo social y comercial que impone el turismo de masas. La única diferencia son los objetos que se expenden en las tiendas de recuerdos, de souvenier, también de garrafón.

              Se genera así un conflicto de calado social, y claramente político, donde una vez más se pone en juego qué debe prevalecer, la vida de las personas o el negocio turístico: la niña bonita de la economía nacional.

El turismo de masas conlleva un incremento de habitaciones y pisos turísticos que provoca la subida de precios de las viviendas

Conjugar ambas cosas no es precisamente por dónde se encarrilla, hoy por hoy, la búsqueda de soluciones que contenten a todos, porque los gestores que pueden regular el problema y plantear el turismo desde otra óptica (Ayuntamientos, Comunidades y Gobierno central), actúan desde una perspectiva ideológica que vemos reflejada en ciudades y comunidades gobernadas por la derecha donde, a lo sumo, se impone un pequeño impuesto por viajero o la idea se rechaza sin ambages; como la de limitar el número de pisos turísticos a partir de un determinado número en la idea de propiciar el negocio y no limitarlo. Mientras otras administraciones imponen fuertes multas a los pisos turísticos ilegales o incluso deciden prohibirlos a partir de 2028, tras una progresiva supresión de licencias para este tipo de negocio, como ha decidido el Ayuntamiento de Barcelona. O aumentan el impuesto por turista, para contribuir a sufragar el coste social de su estancia como ha acordado el Ayuntamiento de Venecia al elevar, de manera sustancial, las tasas de pernoctación diaria que van de los 0,45 euros a los 5,según el tipo de alojamiento y el barrio donde está ubicado.

                El turismo masivo que llega a España puede matarnos de éxito si los agentes sociales y políticos no lo encaran como una cuestión de estado que exige disposición al acuerdo, que siempre supone aceptar que cada parte y, aquí hay muchos sectores implicados, no debe imponer su planteamiento de máximos. El turismo es y puede seguir siendo nuestro petróleo, pero enfocado de otro modo que ponga en valor lo que nos diferencia: nuestro estilo de vida, y el uso del tiempo y nuestros recursos naturales que el turismo masivo destruye a pasos agigantados, que deben protegerse por encima del negocio de unos pocos.

Es necesario que el Ejecutivo promueva un pacto de Estado con el objetivo de elaborar una nueva estrategia nacional para un modelo de turismo agotado

Pacto de Estado que el Ejecutivo debe promover con la apertura de un proceso de diálogo con todas las partes implicadas, con el objetivo de elaborar una nueva estrategia nacional que renueve un modelo agotado. De nuevo salta el interrogante: ¿está la derecha dispuesta a ese pacto?¿Tiene alguna propuesta al respecto?

Vicente Mateos Sainz de Medrano.
Periodista, profesor universitario
y Doctor en Teoría de la Comunicación de Masas