Encuesta monarquía
Un 40,9% de los españoles APOYARÍA la república en un referéndum frente a un 34,9% que VOTARÍA POR la monarquía
La encuesta de 40dB, impulsada por 16 Medios Independientes, apunta hacia una importante división sobre la forma de Estado. Un 47,8% esta a favor de la celebración de un referéndum y un 36,1% en contra. La mayoría de los encuestados suspenden a la institución monárquica, aunque creen que proporciona orden y estabilidad política.
El republicanismo crece en España. Afirmación sustentada en la percepción de que existe una corriente de fondo en la sociedad favorable al advenimiento de la III República; que no se puede verificar con datos actuales desde que en 2015 el CIS dejó de preguntar en sus encuestas sobre la disyuntiva Monarquía o República. Los últimos son de 2020, cuando el gabinete demoscópico Sináptica realizó un muestreo para el diario Público, que señalaba que el 51,6% de los encuestados optaban por la República, frente al 34,6% que preferían la Monarquía. Mayoría republicana que era transversal entre los sexos y franjas de edad.
Datos que, a falta de otros más actuales, confirmaban que una creciente mayoría de españoles consideran la monarquía como un régimen obsoleto, propio de un pasado remoto donde la incultura de las personas fomentada desde el poder, en comunión con la creencia religiosa de que las personas no tenemos capacidad ni conocimiento para auto organizarnos, forjaban la idea perversa de que debemos ser dirigidos por un ser superior, un Rey, encarnación del poder divino, con libertad para hacer y deshacer a su antojo y sin control. Imagen que pervive como poso mental, a pesar de que las monarquías se hayan trasformado en parlamentarias y hayan perdido parte de su poder omnímodo, aunque mantienen un oropel de cuento de hadas que encandila e infantiliza a un sector de población cegado ante su obsolescencia.
La República no es solo una necesidad, una demanda, propia de una sociedad moderna, sino una exigencia para que la ciudadanía recupere el poder de representarse a sí misma, por un igual elegido libremente y por sufragio, entre una oferta de candidatos que no están tocados por ninguna varita divina. República que en la sociedad española está asociada históricamente a la ampliación de derechos y libertades para las personas, y a la reducción efectiva de la influencia social y los privilegios de los que viene gozando la Iglesia católica de manera inveterada. Hoy el Rey de España sigue siendo inimputable, y la Iglesia recibe una fuerte subvención del Estado, y prebendas en cuanto al pago de impuestos por sus inmuebles, a lo que hay que sumar la fuerte implantación de las órdenes y congregaciones religiosas en la Educación, por la vía de los colegios concertados, con lo que ello supone de trasvase de dinero público a la Iglesia y, lo que es peor, el alto grado de adoctrinamiento del alumnado.
Al cumplirse diez años de la abdicación de Juan Carlos I, justo es reconocer que nadie ha hecho tanto como él para incrementar el número de republicanos, una vez descubiertos sus desmanes económicos y amorosos, propios de quien se siente libre de tener que justificarse y dar explicaciones a nadie. Trayectoria que confirma la falsía de la llamada monarquía parlamentaria, donde el Rey, además de tener manos libres para hacer y deshacer, porque es inimputable, tiene la potestad —no solo divina, sino devenida de un dictador que le colocó ahí— de sancionar con su firma lo que deciden los españoles a través de sus representantes. Demostración de la pervivencia de la visión candorosa y simple de la sociedad que necesita que un Rey dé por buenas las decisiones que, los súbditos, adoptan a través de sus representantes, no vaya a ser que estén equivocados. Floración de republicanos fruto de la confirmación de su ambición de Tío Gilito, por almacenar riquezas, privilegios y amistades peligrosas. Por no hablar de su papel en el Golpe del 23F como defensor único de la Constitución y la democracia, hoy cuestionado por periodistas e historiadores, a pesar de los meapilas que han forjado la imagen de hombre bonachón y sociable. El “padrecito” llamaban los campesinos y empobrecidos obreros rusos al Zar.
Frente a los desmanes de su padre, Felipe VI, intenta no ser tan protagonista ni disoluto en su vida privada y pública, a tal punto que su papel se limita al meramente representativo abriendo el debate sobre la necesidad de mantener a un figurón, sostenido por un nutrido grupo de corifeos mediáticos que ven en él el puntal necesario, imprescindible, que acentúa y mantiene el modelo clasista que estratifica la sociedad entre los de arriba y los de abajo, los tocados con el poder económico, y los menestrales. Defensores de la monarquía con el argumento de que su papel arbitral garantiza que no volveremos al “Duelo a garrotazos” que expresó Goya en su cuadro, como metáfora de una sociedad inculta que no sabe dialogar. Hoy la sociedad es otra y diferente a esa visión maniquea que maniata cualquier cambio sustancial del orden social, aunque la estrategia de la derecha nos teledirija de continuo a la dicotomía clásica: la Monarquía encarna a los buenos, a la gente de orden, frente a la República que representa a los desarrapados y revolucionarios que quieren “dar la vuelta a la tortilla”. Un árbitro que dice garantizar la convivencia, pero que si es preciso se pone la gorra de plato que a su padre le fue entregada junto con la corona, herencia de las leyes de sucesión dictadas por el inquilino de El Pardo.
Exigir una consulta para saber si preferimos una República o una Monarquía no es un radicalismo asentado en la ilusión romántica de lo que pudo ser y no fue; porque la República no es un simple cambio en la estructura del Estado, sino la necesidad de desprendernos de una vez la moralina rancia y fuera de tiempo que representa la Monarquía. República necesaria para abrir las ventanas al nuevo tiempo, al siglo XXI, que oreé la sociedad y liberare las mentes del simbolismo arcaico de un tiempo que ya nunca volverá.

Un comentario en “La República cada vez más cerca”