Por Mariano Reyes Tejedor
Profesor Universidad Pablo de Olavide (UPO) Sevilla.
En la obra premonitoria de Orwell, 1984, publicada en 1949, el autor muestra una sociedad ficticia y distópica controlada por el terror y dominada por un régimen totalitario que está pendiente a cada movimiento social que pudiera poner en duda su control sobre los ciudadanos sobre los que ejerce un poder absoluto.
El Partido lo controla todo, el Partido da, quita y crea su mundo distópico a su medida. Nada ni nadie escapa de su control a través del bombardeo incesante de mensajes en las telepantallas contra el enemigo del pueblo, creado para la ocasión: Emmanuel Goldstein. Para el Partido, no solo había que dejar claro quién es el enemigo, sino que se tenía que machacar hasta la saciedad con mensajes reiterativos contra Goldstein, traidor maldito, un ser absolutamente deshumanizado que busca imponerse y provocar desgracias y calamidades. Las plazas públicas eran entonces, en este mundo ficticio y distópico, el espacio natural para que a todas horas llegara mensajes contra el traidor, para recordarle de manera incisiva e insidiosa.
Los mensajes tenían como principal objetivo generar odio, el odio que se genera tras el sentimiento de miedo, miedo al sometimiento por fuerzas externas que nadie ha visto, ni conoce pero que deja un sentimiento de desprotección y una necesidad angustiosa de la llegada de algún salvador, un Gran Hermano que todo lo vigile y controle. La realidad no era un obstáculo para el Partido, precisamente porque la realidad es un producto creado por el Sistema, manipulada a través de los medios de comunicación, de las telepantallas que desde sus megáfonos e imágenes que mostraba a un ser corrompido, degradado moral y físicamente, que aterrorizaba y provocaba una corriente de odio que compartían todos. Para afrontar el odio y darle cauce, el Partido creó Los Dos Minutos de Odio en los que todos durante esos dos minutos, en un momento sincronizado, pateaban, gritaban, se enfurecían solo con la aparición del Goldstein. Miedo y odio, fruto de la propia ignorancia milimétricamente medida, eran los dos sentimientos con el Partido sometía a la Sociedad. Precisamente para evitar pensar el Partido creó la Neolengua es uno de los pilares básicos del régimen totalitario del Partido. El objetivo de crear tal lengua era sustituir a la vieja lengua (Oldspeak). Se trataba de cambiar el pensamiento y amoldarlo como plastilina a las necesidades del Partido.
Esta visión, que tanto atormentó al propio Orwell, tenía un trasfondo real en las tiranías pre y post bélico. Mussolini sabía que el odio era una herramienta eficaz para auparse al poder, idea compartida por el Nacionalsocialismo liderado por Hitler y el fascismo tradicionalista encabezado por el dictador Francisco Franco. En todos los casos, el odio se dirigía a los comunistas, y en el caso de Hitler, el odio fue especialmente descarnado contra la comunidad judía, tomada como culpable por la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial y usada para que los Nazi alcanzaran el poder a través de la manipulación y la propaganda malintencionada y objetivamente falsa. Del miedo se pasó al odio, y del odio a exigir venganza. Nada nuevo bajo el Sol, porque siglos anteriores los judíos fueron presa de progromos por parte de los cristianos que vieron en ellos la oportunidad de aglutinar a todo el pueblo contra el diferente para forjar su propia identidad. El odio hacia la comunidad judía, una especie de Goldstein del momento facilitaba mucho las cosas, las simplifica porque solo se requiere un yo frente al diferente, y así, sin más gestión ni esfuerzo de comprensión, se logra una singular manera identitaria que se ajusta a los que en ese momento ostentan el poder. Odio que Franco supo manejar eficazmente contra todo aquel o aquella que se oponía a sus designios por la Gracia de Dios. El término judeomasón pasó a ser el término favorito de la Dictadura al que se recurría en el momento en que era necesario aglutinar todas las voluntades en torno al Caudillo para que éste mostrara fuerza. El Dictador se valió de Los Protocolos de los Doce sabios de Sión en cuya obra se detallaba burdamente unas supuestas reuniones producto de una conspiración judeo-masónica, que consistía en el control de por parte de la masonería, de los judíos y de los movimientos comunistas de todas las naciones de la Tierra. Obviamente, una farsa puesta en entredicho y denunciada como farsa, si bien la verdad no importaba mientras la maquinaria de bulos y fango, lo enfangara todo y todo se tergiversara en beneficio del Poder. Y Franco lo sabía, y propiciaba esa liberación de odio, eso dos minutos de odios, para que el pueblo enfervorizado lo aclamara frente a Europa o frente a todo aquel que se opusiera a los designios del dictador.
Mussolini sabía que el odio era una herramienta eficaz para auparse al poder, idea compartida por el Nacionalsocialismo liderado por Hitler y el fascismo tradicionalista encabezado por el dictador Francisco Franco
Hago un recorrido mental sobre estos momentos de paroxismo y odio, y se me viene a la mente Madrid. Frente a Ferraz y aprovechando la crítica política contra el presidente Sánchez, se vivieron momentos de odio en directo a través de las redes sociales cuando personas de ideología claramente fascistas por su indumentaria, apelotonadas gritaban contra el diferente, contra el migrante, vociferaban y liberaban una carga de odio que los recorría como una corriente eléctrica venenosa y los convertía en una única masa de odio apelmazada, compacta y espesa. Aún recuerdo cómo un grupo de personas con megáfono en mano y rosario en ristre proferían todo tipo de insultos contra “Mohamed”, en una clara y evidente intención de cargar contra todos los migrantes a través de un discurso que incitaba abiertamente al odio.
Vuelvo al concepto de los Dos Minutos de Odio a los que se refirió Orwell y llego a una conclusión: ese paroxismo sincronizado ahora se multiplica de manera síncrona pero también asíncrona: ahora cualquier odiador/a transfigura la realidad a través de las redes, crea su propio Goldstein al que odiar, y difunde ese odio a través de mensajes hirientes, falsos, tendenciosos y burlescos contra la comunidad migrante, cosificada y tachadas de delincuentes venidos de otros países a robar, violar y aprovecharse de las ayudas económicas a las que se les denomina peyorativamente paguitas frente al español que no las recibe por culpa de ellos, los migrantes. Los bulos, la desinformación, el odio sin contención… crean ese caldo de odio del que se aprovecha la extrema derecha, a la vez ésta genera nuevos contenidos falsos contra la comunidad migrante, contra todo aquel que no gusta, que difunde a su vez en redes sociales a través de pseudo periodistas o falsos periodistas, en pseudo medios pagados para la difusión de bulos, o en las propias instituciones en la que tienen representación en un proceso multiplicador. Se genera un círculo deliberadamente malicioso que crea más incomprensión hacia la comunidad migrante, más odio. Lo que se ignora, se teme y lo que se teme acaba siendo odiado.
Con una visión libre de prejuicio, se puede advertir que la descolonización y la globalización impuesta sobre pueblos y naciones pobres, pero con riquezas naturales explotadas por empresas extranjeras, ha supuesto un mayor empobrecimiento de estos países, y esta situación de pobreza extrema y guerras incitadas para la venta de armamento con la complicidad de gobiernos corruptos, ha provocado el desplazamiento masivo de su población a países ricos. Es esta situación, la desesperación ante la guerra y el hambre y los desplazamientos forzados, es la que más aprovecha la extrema derecha para alcanzar representación en las instituciones. Esta situación privilegiada les permite seguir vertiendo discursos de odio y ganándose el aplauso inconsciente de una parte de la población convencida de que su pobreza es consecuencia del migrante que en su desesperación huye del hambre y de la miseria, no del empresario que obliga a los trabajadores a trabajar más horas por menos dinero a fin de incrementar sus beneficios.
La descolonización y la globalización impuesta sobre pueblos y naciones pobres, pero con riquezas naturales explotadas por empresas extranjeras, ha supuesto un mayor empobrecimiento de estos países
Esta situación de pobreza extrema y guerras incitadas para la venta de armamento con la complicidad de gobiernos corruptos, ha provocado el desplazamiento masivo de su población a países ricos.
¿Y ahora qué? Conviene reflexionar sobre qué se puede hacer para cambiar esta situación tan corrosiva. Debemos ser consciente de que como sociedad nos jugamos mucho, que la extrema derecha, encaramada en el discurso de odio, está logrando entrar en las instituciones democráticas. La Democracia debe reaccionar y sancionar a través de sus jueces con dureza el delito de odio, la mentira capciosa e interesada, poner fin a los pseudo medios que envenenan diariamente la convivencia de los ciudadanos con fake news, bulos y mentiras tendentes a criminalizar al más débil y vulnerable por motivo de raza, de religión o de cualquier otra condición que no se ajuste a los intereses de una parte de la sociedad que odia al diferente.
La Democracia debe reaccionar y sancionar a través de sus jueces con dureza el delito de odio
Por parte de los sindicatos, hay que tomarse esta amenaza social con la seriedad que merece las circunstancias y encarar la situación con políticas migratorias integrales tendentes a formar y concienciar de esta nueva realidad, fomentar la interculturalidad en los puestos de trabajo, crear espacios de convivencia y reflexión. Debemos aspirar a generar nuevas sinergias que nos permitan vivir en un país donde las diferencias culturales sean comprendidas y aceptadas, que la integración no sea el típico concepto manido por tantas voces que luego acaban en algún cajón de algún despacho olvidado y lleno de polvo. No se trata de hablar, se trata de actuar. Porque es una evidencia que, si no nos movemos, nos moverán, y en ese caso sabemos hacia dónde: a la exclusión social y laboral, y la cosificación de los colectivos más vulnerables.
Por el momento, siguen vociferando, gritando, insultando en los Minutos de Odio al Goldstein del momento (siempre ha habido Goldstein a medida), una figura creada por los alentadores que sirve, lamentablemente, a un grupo social bien definido para manipular al pueblo generando miedo y odio. Esperemos que con el trabajo comprometido de Todos/as se consiga cambiar la situación actual hacia una sociedad más justa e igualitaria.
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