La decisión, más problemática de lo previsto, del Comité Federal del PSOE de abstenerse ante la nueva investidura de Mariano Rajoy no ha dejado indiferente a nadie y ha tenido una amplia repercusión en los medios de comunicación de masas y en la opinión pública. Sin embargo, muy pocos confían en que dicha investidura sea la solución a los problemas relacionados con la gobernabilidad de nuestro país. La situación es susceptible de agravarse dado que muchos militantes y ciudadanos indignados consideran que es una decisión equivocada a corto plazo, puesto que será muy difícil que el PSOE, al facilitar el gobierno de Rajoy, haga una oposición real en el parlamento. Incluso señalan que, a medio y largo plazo, este pronunciamiento puede ser muy contraproducente, porque puede acabar convirtiendo a este partido en una organización política muy poco relevante en el futuro de nuestro país.
Una vez conformado el nuevo gobierno, Rajoy debe elevar al parlamento los Presupuestos Generales del Estado para el próximo año (PGE-2017), que deberán cumplir con las exigencias de Bruselas en cuanto a la corrección del déficit público para los próximos años, sin que ello deba traducirse en un menor gasto público, menos inversión y más austeridad y recortes; simplemente porque han fracasado estrepitosamente en términos económicos y sociales. Entre los asuntos más controvertidos se deberá tratar prioritariamente la situación de la Seguridad Social (pensiones); así como la cobertura del desempleo y la dependencia; el modelo económico, social y territorial (inversión pública, reforma laboral y financiación de las CCAA); el Salario Mínimo Interprofesional (SMI); y la dotación de los servicios públicos, entre las medidas más importantes relacionadas con el gasto público.
En cuanto a los ingresos, el nuevo gobierno debe abordar, de una vez por todas, una reforma fiscal en profundidad que dote de mayores ingresos a las arcas del Estado. En este sentido será imprescindible que paguen más los que más tienen (Sociedades y grandes fortunas) y que paguen todos (lucha contra el fraude fiscal y contra la elusión y la evasión fiscal), lo que terminará por dejar en evidencia las pasadas rebajas fiscales llevadas a cabo por Rajoy por claros y mezquinos intereses electoralistas.
Esta va a ser la nueva realidad que deberá afrontar el PSOE en las próximas semanas, dando por hecho que si el PSOE se comporta como un verdadero partido de oposición el gobierno tendrá los días contados o, en el mejor de los casos, será un gobierno de escaso recorrido y a expensas de la decisión que pueda tomar Rajoy, que es el que podrá disolver el parlamento, a no ser que el PSOE se preste a ser la muleta del nuevo gobierno o colabore con el PP- a cambio de algunas concesiones-, con consecuencias y resultados similares a los que produce un gobierno de coalición como propuso Rajoy en su día (dejar la oposición en manos de Podemos). Dando por hecho que si esto se produce estará en clara contradicción con los argumentos utilizados por los partidarios de facilitar el gobierno de Rajoy, que han venido prometiendo, a cambio de garantizar su investidura, una severa oposición al PP en el parlamento y, en particular, a los PGE-2017 (algunos han llegado incluso a hablar de: “demoler la obra de Rajoy después de la investidura”). Este es el dilema que el PSOE tendrá que resolver finalmente en el actual marco político configurado por cuatro partidos con presencia relevante en el Congreso de los Diputados, sabiendo que una oposición coherente con los postulados socialdemócratas (en la que, todo hay que decirlo, muy pocos confían) obligará al PSOE a explorar de nuevo la posibilidad de llegar a acuerdos en el parlamento con Podemos (y en algunos asuntos también con Ciudadanos) para corregir las políticas del PP y efectuar los cambios progresistas que la sociedad reclama, a pesar de las muchas dificultades que esas conversaciones puedan conllevar por la debilidad del PSOE y de Podemos e, incluso, de Ciudadanos (muy afectado por el voto útil hacia el PP), así como por la pugna por alcanzar una posición destacada en el seno de la izquierda, que sólo se resolverá en estos momentos aceptando la hegemonía compartida.
Por lo tanto, hay que apostar por estas conversaciones, una vez que se descarte apoyar al gobierno del PP, encaminados a elaborar una alternativa básica de izquierdas- encabezada por el PSOE-, que plantee de entrada cambiar la política económica y social del PP, puesto que, sin resolver el problema del desempleo, ha destrozado el mercado de trabajo (reforma laboral) y está causando una profunda alarma social ante los previsibles recortes que nos puedan exigir desde Bruselas y la merma brutal que viene sufriendo el Fondo de Reserva de la Seguridad Social (con fecha de caducidad anunciada) y su posible repercusión en las pensiones. No debemos olvidar que muchas familias han soportado la crisis por las pensiones de nuestros abuelos y, por lo tanto, hay que defender su poder adquisitivo por encima de todo.
Por eso, no es extraño que en los próximos meses el PSOE sufra todo tipo de presiones impulsadas por los poderes fácticos y repetidos llamamientos a la responsabilidad institucional y a los intereses de España para aceptar medidas regresivas, porque estamos ante el nudo gordiano de la protección y del gasto social en nuestro país. Por eso, el asunto de las pensiones debería ser considerado como un asunto de Estado sujeto a la negociación política y a la negociación con los interlocutores sociales, tal como determina el Pacto de Toledo (solidaridad, contribución y suficiencia). Un Pacto que funcionó correctamente hasta que llegó Rajoy y adoptó decisiones unilaterales, al margen de los partidos políticos, sindicatos y empresarios, que golpearon muy duramente la tesorería de la Seguridad Social.
En todo caso, debemos dejar suficientemente claro que la Seguridad Social y las pensiones no peligran y tampoco el reparto solidario que preside el Sistema. Sin embargo, tienen serios problemas que hay que abordar, a pesar de la pérdida real del poder adquisitivo de las pensiones en los últimos años. Los problemas tienen relación directa, sobre todo, con la caída brusca de los ingresos derivada del desempleo y de la lamentable gestión económica y social de la crisis, por parte del PP, encaminada a favorecer a los empresarios con todo tipo de transferencias de rentas del trabajo al capital: devaluación salarial (también del SMI), temporalidad, contratación a tiempo parcial (representa el 20% de los afiliados), subvenciones a la contratación, tarifas planas, abaratamiento del despido…, al margen de la reforma laboral encaminada a favorecer la relación de fuerzas de los empresarios sobre los sindicatos, lo que ha vaciado de contenido a la negociación colectiva y, como consecuencia, ha consolidado la devaluación salarial del conjunto de los trabajadores y, finalmente, terminado por deteriorar las bases de cotización de la Seguridad Social.
Por lo tanto, la fuerte caída de los ingresos a la Seguridad Social es la causa del desplome del Fondo de Reserva y del previsible déficit anual en los próximos años que, según Valeriano Gómez (Revista Temas, octubre de 2016), se puede situar en torno a los 18.000 millones de euros contando con un incremento de la afiliación de 500.000 nuevos afiliados al año, lo que reafirma la lamentable gestión de la crisis del PP y desmiente el tópico de que la derecha gestiona mejor los dineros del Estado.
Por su parte, los problemas estudiados tienen también relación con la demografía y en concreto con el aumento de los años que los pensionistas están enganchados al Sistema (esperanza de vida). En todo caso, la dedicación del porcentaje del PIB a las pensiones está por debajo de la media europea (en torno al 10% del PIB, un 3% menos que la media europea) y la cuantía de las pensiones también (cerca del 45% de los pensionistas no alcanzan los 700 euros mensuales), por lo que no es posible reducir más la cuantía de las pensiones actuales, como algunos pretenden, con el propósito de convertir la Seguridad Social en un Sistema de Beneficencia al que debería acompañar un Sistema Complementario de Pensiones que, de ninguna manera, es la solución de los problemas relacionados con las pensiones y sí un negocio floreciente para el sector financiero. En todo caso, deben ser voluntarios y no subvencionados vía fiscal puesto que los más pobres no pueden ahorrar dinero para aportarlo a dichos Fondos, lo que significa en la práctica que los pobres financien los Fondos Complementarios de los más ricos, lo que no tiene ningún sentido y resulta absurdo.
La alternativa final debe contemplar también, como señalan todos los expertos en esta materia, el incremento del PIB, el empleo (“si algo le pasa al trabajo, bueno o malo, algo le pasa a las pensiones”) y los avances de la productividad de nuestra economía en los próximos años, así como la solución de los problemas actuales de nuestro mercado de trabajo, además de reflexionar sobre el incremento de topes de las bases máximas de cotización entre otras medidas. En último término, y si fuera necesario, hay que estudiar la participación del Estado vía impuestos en la financiación de las pensiones, tal como ocurre en algunos países europeos, hasta situarla, cuando menos, en la media del PIB que la UE dedica a las pensiones.
En definitiva, después de la decisión del Comité Federal de investir a Rajoy se abre un nuevo escenario político y, en este sentido, la izquierda y el PSOE en particular deben concretar sus prioridades para actuar desde la oposición lo más unidos posible en defensa de los más débiles. Estas prioridades pasan por el desempleo; por resolver los problemas de nuestro mercado de trabajo (eliminando las últimas reformas laborales); por la protección social y, en concreto, además de las pensiones ya mencionadas, por la prestación por desempleo, la dependencia y la renta mínima garantizada; y, finalmente, los servicios públicos (sanidad y educación). En el mismo plano se sitúa la necesaria reforma fiscal y la lucha contra el fraude fiscal y la economía sumergida. Por último, la izquierda, y el PSOE en concreto, deben abanderar la lucha contra la corrupción, la financiación ilegal del PP y la impunidad en el ejercicio del poder y dar prioridad a la resolución negociada del llamado problema catalán con todas las consecuencias. Se trata de unas prioridades fáciles de consensuar en el seno de la izquierda que conformarían un exigente Paquete Social- que además sería bien visto por los sindicatos- encaminado a frenar la política más liberal del PP en el poder.
En todo caso, la labor de oposición que desarrolle el PSOE en el parlamento (y en la sociedad civil), junto a la preparación y celebración de su importante Congreso Ordinario, marcará el futuro de la socialdemocracia en España y la lucha contra las desigualdades, la pobreza y la exclusión social. Además de condicionar el futuro del PSOE y su relevancia dentro de la izquierda e, incluso, su capacidad de aglutinar a las fuerzas emergentes y progresistas de la sociedad y de trabajar activamente con los sindicatos en coherencia con su dilatada y centenaria historia.
Antón Saracíbar