Por Martín Lozano

Era mi escenario ideal. Una calle estrecha y empinada, recorrida por los raíles del tranvía en toda su longitud, una taberna, el rasgueo de una guitarra y la claridad de su voz atravesando mi corazón y el aire húmedo del barrio, en la mañana luminoso, ya anochecido inundado con ese ambiente bohemio, portuario, trasnochado y oceánico. Mariza entonando el fantástico ‘Fado Portugués’ en honor de Amália Rodrigues. Pero los sueños casi nunca se cumplen y esta vez no sería una excepción. No conocía Lisboa, apenas el resto de Portugal y me tuve que conformar con un dúo tocando aires de Bossa Nova, frente al Hotel donde nos hospedamos esa noche en el Barrio de Chiado. Nada de vieja taberna, un modernísimo bar de copas, donde por menos de cuatro euros nos tomamos una cerveza y un vermú, escuchando a los brasileiros y sus alegres y optimistas ritmos, diametralmente opuestos a los nostálgicos fados. Pero para entonces ya todo daba igual, llevaba cuatro horas paseándola y ya estaba, yo también, enamorado de ella. A la mañana siguiente, madrugándola, la recorrimos, habíamos cambiado nuestros planes y teníamos prisa. Antes de empezar el recorrido ya me había prometido volver, tenía que ver el estuario y el mar desde lo alto de Alfama, hacer el recorrido completo del viejo 28, entrar en los Jerónimos y ver el horizonte infinito sentado junto a la Torre de Belém y comerme media docena de esos pastelillos de hojaldre y crema, o mejor aún, un surtido completo.
Y hablar con ese camarero de madre española sobre cómo debe ser la Republica Federal Ibérica. Yo se lo explicaba y estábamos de acuerdo en casi todo. Tres capitales: la político-administrativa, Madrid, la centralidad sigue siendo un valor; las otras dos de su mismo rango, además capitales culturales y comerciales: Lisboa y Barcelona; la una abierta al Atlántico, Latinoamérica al completo, la zona occidental de África y las excolonias portuguesas; la otra al Mediterráneo, a la Europa del sur y al África del norte; dos de menor rango, auxiliares de las anteriores: Valencia y Porto; ciudades destacadas por cultura, industria, comercio: Sevilla, Coímbra, Bilbao. Democrática, federal o confederada aún está por ver. Por lo menos España, no sé Portugal, no ha dejado de ser nunca un conglomerado de vascos, catalanes, andaluces, gallegos, asturianos, etc, etc, etc. Os lo dice un madrileño, que por no ser, no es de ningún sitio, lo es de todos y de donde le da la gana. Perderemos un nombre y ganaremos todo lo demás.
Pero debemos tratar a los portugueses como lo que son, nuestros hermanos, no nuestros primos pobres. Un pueblo amable, educado, culto del que tenemos mucho que aprender. Me quedaría a vivir en Lisboa solo para pasear sus maravillosas librerías e intentar vislumbrar el fantasma de Saramago entre sus estanterías o para balbucear a Pessoa. Cuando vi la Praça do Comércio, el Arco da Rua Augusta o la propia calle de ese nombre supe lo que era ser una capital de verdad y me pregunté si nos había tocado la dinastía imbécil de entre todos los reyes europeos, porque desde Felipe II solo hemos tenido un buen alcalde. Me encanta el cocido, la fabada, el gazpacho, la paella y el pescado del cantábrico, me vuelven loco la salsa romesco y los calçots, pero el bacalao y el arroz lusitano me parecen inmejorables. Hablo catalán en la intimidad, mientras veo Merlí, pero además Amália me hace llorar cada vez que la escucho sin terminar de entenderla y siento saudade desde antes de haber estado en Lisboa.
Quiero despertar una madrugada sin que en mi país tenga que sonar ‘Grândola, Vila Morena’ o ‘E depois do Adeus’, por otro motivo que por su belleza y sentirme uno más con ellos. Si nos juntásemos todos como un único pueblo que somos, admitiendo todas nuestras particularidades y ofreciésemos una península voluntaria y fraternalmente unida, dentro de nuestra inmensa variedad, seríamos más fuertes, más grandes y más libres, porque no seríamos uno, seríamos mucho más que uno, seríamos infinito.
Obrigado por todo Irmãos. Salud Compañeros.
Epílogo. Como a la mujer amada quiero ver Lisboa en todas sus facetas: limpia y luminosa, atacada por la borrasca atlántica, oscura y castigada por el viento, fría y orgullosa.