“¿Dónde está ahora el todopoderoso hombre blanco? Vino, comió y se fue.”
Chinua Achebe
La relación histórica entre el noroeste del Magreb y la Península Ibérica se remonta a miles de años, año arriba año abajo, desde que el Homo sapiens hizo presencia en la región. Romanos, vándalos, beréberes, árabes y un sinfín de pueblos y religiones han conectado culturalmente ambos lados del estrecho. Sin embargo, en el presente y breve opúsculo histórico nos centraremos en la relación más contemporánea entre ambas regiones, donde los procesos de nexo básicos son la colonización, el imperialismo y la descolonización. Pero para la primera referencia colonial, empero, debemos remitirnos a finales del siglo XV, a la época final de la colonización medieval europea que llevó a Colón a las Indias Orientales en 1492 tras un largo proceso de expansión y exploración del Atlántico. Con los Reyes Católicos, la Corona de Castilla se apoderaba entre 1496 y 1497 de las islas Canarias y Melilla. Ceuta se incorporaría más tarde, ya en la época de la Monarquía Hispánica de los Austrias, hacia 1580, cuando Portugal pasó a ser parte del patrimonio de Felipe II.
En el largo siglo XIX, aquel siglo del liberalismo, la construcción del Estado-nación y el imperialismo, España se lanzó a conquistar algunos enclaves africanos para resarcirse de la pérdida de los territorios americanos a finales del primer tercio de siglo. En 1845 España ocupaba Bioko, posteriormente conocida como Fernando Poo, y entre 1859-1860 el general O´Donnel, como parte de sus campañas de prestigio, impulsaría un acto de conquista sobre algunas regiones al sur de Ceuta y Melilla. La denominada Guerra de África entre España y Marruecos terminó con el Tratado de Wad-Ras, el cual reconocía la soberanía española sobre Ceuta, Melilla, islas Chafarinas y Sidi Ifni, además de reconocer la ocupación temporal de Tetuán. Ahí se quedó el imperialismo español sobre África, pues España, en palabras del primer ministro británico, lord Salisbury, era una nación moribunda, y en la conferencia de Berlín de 1885 creada con el fin de repartir África entre las potencias europeas, se conformó con el Sahara Occidental, Ifni, Guinea Ecuatorial y norte de Marruecos. De aquella época imperialista quedan de recuerdo los leones de bronce que hoy guardan el Congreso de los Diputados, creados a partir de cañones fundidos que se usaron en un fragmento de desierto. A principios del siglo XX, en el contexto de las denominadas crisis marroquíes entre Francia y Alemania por controlar la región como protectorado colonial, se decidió en la Conferencia de Algeciras (1906), confirmado más tarde en la Conferencia de Fez (1912), que el territorio quedaría dividido en un doble protectorado español-francés. Los españoles pronto conocieron la resistencia de los rifeños nativos, quienes negaban tanto la soberanía española como la del sultán marroquí. Las incursiones militares más desastrosas de España, como la Barranca del Lobo (1909) y el desastre de Annual (1921), sangrarían a familias de las clases trabajadoras cuyos hijos eran llamados a quistas y golpearon a la facción más orgullosa y tradicionalista del ejército español.
En la época del franquismo, en concreto después de la segunda guerra mundial, se produjo la descolonización de los países afroasiáticos del dominio europeo. Era el fin definitivo del dominio mundial europeo y el inicio de un nuevo orden internacional bipolar, la guerra fría, y flexible, donde la ONU hacía de organismo internacional de arbitraje. Paralelamente a la lucha entre capitalismo y comunismo, la descolonización provocaría la gestación del Tercer Mundo, según lo denominó el demógrafo francés Alfred Sauvy en su artículo Tres mundos, un planeta (1952). El punto de partida de la acción internacional del Tercer Mundo fue la Conferencia de Bandung de abril de 1955, cuyo espíritu se fue extendiendo geográficamente a través del Movimiento de los Países No Alineados, el cual nacía en la Conferencia de Belgrado de 1961. En este contexto, el protectorado francés sobre Marruecos se independizó en 1956 y la vecina y revolucionaria Argelia lo hacía en 1962. Guinea Ecuatorial, colonia que le vino como agua del cielo al hambre de posguerra bajo la autarquía franquista, lo haría en 1968, y en 1975, un dictador moribundo y enfermo abandonaba el protectorado español sobre Marruecos, excepto Melilla y Ceuta. Estas dos ciudades quedarían integradas en la nueva España democrática y se convirtieron en ciudades autonómicas hace apenas veintisiete años. El territorio de Sidi Ifni fue reclamado por Marruecos desde su independencia en 1956, el cual quedaría integrado en el reino magrebí en 1969. El rey Hassam II de Marruecos no se lo pensó dos veces en unos momentos agonizantes del régimen franquista. En 1975 lanzó sobre la provincia española la Marcha Verde, que culminó con unos acuerdos tripartitos que repartieron el territorio entre Mauritania y Marruecos sin haberse celebrado un referéndum de autodeterminación. La respuesta nativa fue inmediata, y un fuerte movimiento nacionalista saharaui surgido en 1973, el Frente Polisario, mantendría una lucha constante por la liberación del Sahara Occidental.
En 1991, la ONU puso fin a los enfrentamientos entre Marruecos y los revolucionarios saharauis, pero no se alcanzó ninguna solución definitiva a la situación. El Sahara Occidental se había convertido en un fragmento de desierto en el limbo internacional: ni colonia ni Estado independiente. Según la ONU, era un territorio fideicomiso, es decir, en proceso de descolonización, donde la responsabilidad de impulsar su emancipación recaía en manos de la antigua metrópoli, es decir, España. Hace apenas unas semanas, el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, pactaba con el rey de Marruecos, Mohammed VI, una solución al enquistado conflicto al reconocer la propuesta marroquí de autonomía del Sahara Occidental como parte integrante de Marruecos. En una situación internacional tan compleja y poco previsible como es el actual mundo multipolar, con fuertes fracturas dentro de la Unión Europea y con una importante crisis migratoria en el sur de España, intentar llevarse bien con Marruecos es un acto lógico de la realpolitik. ¿Cómo se resolverá la situación? España fue, comió y se volvió con un fragmento de desierto en el estómago.
Rodrigo Muñoz Martínez
Profesor de Geografía e Historia en IES Alagón (Coria-Cáceres)