Pero qué miserables son, Almudena

Por Martín Lozano

A mí no me gusta Almudena Grandes. No me gusta en muchos aspectos y no solo como escritora. No me gusta porque creo que ha sido muy sesgada, en favor de las tesis históricas que explican la guerra civil desde el punto de vista historiográfico del Partido Comunista. No me gusta cuando con esa voz que la naturaleza y la vida le dieron imponía su arrolladora personalidad. No me gusta cuando se declaraba, de manera implícita, la heredera de Galdós, de Don Benito Pérez Galdós y no me gustaba porque yo lo entendía como arrogancia.

Permitidme, antes de que dejéis de leer estas líneas, que os diga que de todo lo anteriormente expuesto debéis descontar un porcentaje, elegid el que gustéis, de envidia. Envidia de la mala, no creo que exista eso que se llama envidia sana. Envidia del escritor al que le gustaría conseguir el éxito, pero no solo por su número escandaloso de ventas, sino que le acompañase el triunfo del seguimiento masivo de lectores, la invitación a toda clase de eventos, el orgullo de ver sus obras llevadas al cine, la posible inmortalidad, aunque sea temporal, de sus escritos.

Pero una vez dicho que Almudena Grandes no me gusta, no creáis que es una boutade de vieux terrible y cobarde que aprovecha su muerte para epatar y llamar la atención que no gana con sus escritos, lo he puesto negro sobre blanco con ella viva, con menos repercusión aún que mis novelas. Pero sé también que la mía es una opinión, seguro que hay más, aunque frente a la mía conozco infinidad de opiniones que piensan que es una gran escritora, que sus ‘Episodios de una guerra interminable’ son excepcionales.

¿Mi opinión me nubla el sentido, me cierra los oídos y los ojos? ¡No! ¿Me lleva a no reconocer el mérito y el valor de Almudena? ¡No! ¿A no verla como una compañera, luchadora de la clase obrera y de los oprimidos? ¡¡NO!! Tal vez su arrogancia no fuera más que una forma exacerbada de esa mítica chulería que dicen nos acompaña a los madrileños de los barrios populares. Puede que su sectarismo viniera de su hartazgo de ver a las clases privilegiadas someter históricamente a su capricho a los pobres del mundo, incapaces de unirse en la lucha final. Por eso creo que, aunque no me guste, Almudena Grandes se merece que una biblioteca lleve su nombre; que como madrileña insigne su nombre encabece, en el acostumbrado rectángulo metálico, una de las calles de su querida y peleada ciudad; que se la designe hija predilecta de nuestra villa, Madrid. La palabra que tantas veces pronunció y tecleó en su ordenador para su mayor gloria y honor.

Yo seguiré opinando lo mismo de ella y sus novelas, pero también seguiré pensando que siendo el responsable político de la ciudad, elegido por una decisión estratégica oportunista de partidos, cuando ni siquiera has sido el más votado, tienes la obligación, no solo moral, de ir y representar al Ayuntamiento de Madrid en el entierro de un personaje de la notoriedad e importancia de Almudena Grandes. Aunque no te guste Almudena, aunque detestes su ideología y lo que representa, pese a que aborrezcas el lugar en el que se están celebrando las exequias por sus reminiscencias políticas, aún imaginando (como posiblemente piensa él que harían sus huestes a sus rivales de izquierdas en un caso similar) de que vas a estar rodeado de chusma hostil y de que vas a recibir una pitada infernal o un silencio sepulcral, tienes que ir. Pero eso sería pedir mucho a un miserable, que con la más estúpida de sus sonrisas y los argumentos ejemplarizantes del cinismo más recalcitrante sería capaz de justificar, (aprovecho las entrañables fiestas navideñas para la analogía literaria), las matanzas de Herodes.

Y no digamos nada de la otra autoridad obligada a asistir, nuestra ínclita presidenta, elegida libremente, como la monarquía, por todos los españoles. Presidenta que no es tan estúpida como parece y como creemos, pero si es mucho más miserable. Con esa expresión de sus ojos de gacela a punto de ser devorada por los peligrosos social-comunistas de los que el maléfico cementerio civil madrileño estuvo lleno, miles de rojos armados con un libro (no necesariamente rojo) en las manos, pisando su suelo, pero también llenando sus tumbas, que dicho sea de paso es el mejor sitio donde pueden estar y el único en que casi resultan inofensivos, ella no pudo acudir, seguro que estaba inaugurando algún Belén para celebrar la venida al mundo del Niño Dios y no podía acompañar a su salida a alguien como Almudena, que como muchos de sus nuevos vecinos seguirá siendo recordada hasta mucho después de que esos dos seres ruines desaparezcan de nuestra memoria. Nunca te perdonarán que seas Uno de los nuestros.

Gracias Maestra. Salud Compañeros.

Epílogo: Una vez cerrado y difundido el número 128 de Tribuna Socialista, correspondiente al mes de noviembre, nos llegó la noticia de la muerte de Almudena Grandes por lo que no pudimos hacernos eco de ella, con esta columna intentamos paliar ese hecho, sumando estas líneas a su homenaje.

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