Desde hace unos cuantos meses se está poniendo de manifiesto el gran poder de movilización y convocatoria de las mujeres (sobre todo en torno al pasado 8 de marzo) y de los pensionistas. Ambos colectivos están defendiendo con fuerza y convicción sus reivindicaciones en un contexto macro económico más favorable (crecimientos del PIB por encima del 3%). Las protestas tienen una lógica explicación, sobre todo si consideramos que las mujeres han sufrido especialmente los efectos de la crisis y los pensionistas han perdido poder adquisitivo (0,25%, copago farmacéutico y medicinas fuera del sistema), al margen de que muchos han tenido que ayudar a sus familiares más cercanos: hijos y nietos, ante la necesidad de frenar los destrozos causados por la deplorable gestión de la crisis económica.
En todo caso, los jóvenes han sido muy perjudicados por la crisis. Sin embargo, y al margen de las movilizaciones y de los efectos causados en su día por el movimiento 15-M, los jóvenes, a pesar de su fuerza potencial, no se han distinguido últimamente por su capacidad de movilización, ni están representados suficientemente en los partidos políticos y sindicatos. Estos precedentes no son un buen presagio, sobre todo cuando está a punto de cumplirse el 50º aniversario de las movilizaciones del Mayo francés del 68, particularmente en París.
El miedo, el desánimo y la migración de muchos jóvenes al extranjero, en busca de un empleo, justifican esta situación, Una generación calificada como “perdida” por algunos y que, sin embargo, en buena medida, se viene refugiando en los últimos años en el voto anti sistema (voto de denuncia y protesta). No nos debe extrañar. El desempleo y la precariedad están causando destrozos sin precedentes en los jóvenes y en otro colectivo muy sensible: los mayores de 45 años. Según UGT, la tasa de paro de los jóvenes menores de 25 años se sitúa en el 37,5% (558.200 personas). Además, el 57% de los jóvenes de 30 años tienen un contrato temporal (1.347.100 personas), alcanzando el 72% en los menores de 25 años (631.200). Una situación laboral agravada por la extensión de la precariedad producida por la reforma laboral de 2.012: contratos temporales y a tiempo parcial, falsos autónomos, plataformas digitales, becarios… A lo que hay que añadir la insuficiencia (y los recortes) de nuestro sistema de protección social: baja cobertura por desempleo, ínfimas ayudas sociales, incertidumbre por las futuras pensiones. Esto ha hecho que las personas de 16 a 29 años sean el grupo de edad con una mayor tasa de pobreza o exclusión social, el 37,9%,
Además de esta extrema precariedad laboral y de la escasa protección social, los jóvenes sufren los bajos salarios y la práctica imposibilidad de acceder a una vivienda. Con este panorama, es imposible vincular a los trabajadores jóvenes a las empresas; simplemente porque dificulta mucho su formación y su cualificación permanente y, desde luego, el desarrollo de un proyecto familiar y con futuro. Por eso resulta provocador que la CEOE pretenda extender el contrato de formación y aprendizaje, no sólo a los jóvenes menores de 30 años, sino también a los mayores de 45 años despedidos en sectores en declive (estos contratos no tienen indemnización por despido), lo que en la práctica significa abaratar más el despido y consolidar aún más la precariedad de nuestro mercado de trabajo.
Como consecuencia, los jóvenes se ven obligados a convivir en una sociedad muy marcada por la desigualdad, la pobreza y la exclusión social; que, no lo olvidemos, tiene rostro de joven, mujer e inmigrante. La situación se agrava porque la desigual protesta y movilización social de los jóvenes no tiene cauces eficaces de participación en organizaciones sociales ¿Qué hacer ante semejante situación?
Lo primero que debemos tener en cuenta es que el desempleo no es un hecho fatal e irreversible. Por eso, hay que redoblar la iniciativa política para luchar por el pleno empleo, como el eje fundamental del pretendido “Pacto (Plan de Choque) Inter Generacional con Perspectiva de Género”. En coherencia con ello, es prioritario trabajar para cambiar nuestro modelo productivo, dimensionar las plantillas de las pequeñas empresas y apostar decididamente por la industrialización; así como por una legislación laboral consensuada (derogación de la reforma laboral y autonomía de las partes), por políticas activas de empleo, cualificación profesional, oficinas públicas de empleo eficaces (recolocación) y por buscar nuevos yacimientos de empleo.
En segundo lugar, se deben reactivar los instrumentos clásicos de la socialdemocracia: aumentar la inversión pública (política social, medioambiente, infraestructuras…), constituir una banca pública (ICO, Bankia…) con capacidad de intervenir en la economía y consolidar un parque estratégico de empresas públicas. Además de abordar a fondo la reforma de la política fiscal encaminada a que paguen todos y, sobre todo, a que paguen más los que más tienen. En todo caso, la suficiencia, la progresividad y una mayor equidad del impuesto deben estar garantizados. El propósito final debe ser incrementar los ingresos del Estado y alcanzar la media de la presión fiscal europea: España está 7 puntos por debajo de la media de la zona euro, lo que supone un déficit de recaudación de unos 70.000 millones de euros. Por estas razones, tiene especial interés la lucha contra el fraude y la elusión fiscal, recaudar más a través del impuesto de sociedades y recuperar el impuesto de patrimonio y de sucesiones, entre otras medidas. Cuando Rajoy pregunta: ¿De dónde va a salir el dinero? Hay que decirle claramente que una financiación suficiente debe ser la consecuencia final de una política fiscal que nos equipare a la UE. Esta debería ser también la preocupación del Gobernador del Banco de España, Luis María Linde, y no la de justificar el recorte a los pensionistas con argumentos absurdos e incalificables (escaso ahorro en fondos de pensiones, capitalizar la vivienda del pensionista, alargar la jubilación a los 70 años…).
En tercer lugar, hay que recuperar el ideal de lucha por una sociedad más justa y con valores: justicia, igualdad, honradez, solidaridad… Lo que nos exige a todos redoblar el trabajo con el propósito de que los jóvenes asuman los valores tradicionales de siempre, adaptados a una sociedad global, digital e intercomunicada. En clara contraposición con la ideología capitalista responsable de un consumo exacerbado, así como del control exclusivo y férreo de los medios de comunicación de masas, de la desregulación del sector financiero y de la penetración y control de los sectores clave de la economía.
Por último, debemos impulsar la emancipación de los jóvenes por los propios jóvenes, con el propósito de que puedan organizar su fuerza potencial en los partidos políticos y en los sindicatos. No debemos olvidar que, en estos momentos, el problema de los jóvenes se confunde con el problema de nuestra sociedad y que el futuro del trabajo- seguramente digital y robotizado- dependerá exclusivamente de la capacidad y protagonismo de nuestros jóvenes. Esto sólo será posible si recuperamos las ideas socialdemócratas, superando todo tipo de nacionalismos e, incluso, de populismos extremos de izquierda y de derechas. Con estas ideas se pueden ganar unas elecciones comprometiendo y movilizando a la izquierda sociológica y a los jóvenes, sin recurrir a políticas de centro, siempre acomodaticias y nada ilusionantes. Sólo falta un partido fuerte que las defienda y las aplique con convicción y entusiasmo a todos los niveles de nuestro tejido social. Desde el convencimiento de que son las ideas más apropiadas para responder a la fuerte ofensiva neoliberal que se está produciendo en la actualidad. Y, además, las más eficaces para defender los intereses de los más desfavorecidos: jóvenes desempleados y en precario, mujeres e inmigrantes. A estos colectivos son, precisamente, a los que se debe dirigir una política de izquierdas claramente diferenciada de las rancias recetas (fracasadas) de la derecha conservadora.
Lo más grave de la presente situación es que no sólo estamos ante una crisis coyuntural. Existe una fuerte crisis estructural (y de ideas) relacionada con el empleo, la centralidad del trabajo, el desarme fiscal, el cambio climático, el drama que representan las migraciones y el desmantelamiento de la propia democracia. También una fuerte carencia de valores, cuya solución requiere un cambio radical en los modos de producir, de consumir, de vivir y de asumir los costes que implica nuestra vida personal, familiar y de relación con los demás seres humanos y con la naturaleza. Por eso, es urgente ofrecer alternativas progresistas y creíbles que generen ilusión y esperanza en los más jóvenes, lo que nos ayudará a romper el hábito de vivir exclusivamente para trabajar y obtener dinero, con el agravante de que ese dinero se emplea para consumir mucho y mal (teoría del decrecimiento), lo que representa la principal causa de nuestra desmedida huella ecológica.
En estos debates la socialdemocracia europea y los jóvenes están muy poco presentes. Por eso, la pregunta que todo el mundo se hace es: ¿Qué hacer para que los jóvenes participen activamente y con ilusión en aplicar las ideas socialdemócratas? No es fácil responder a esta pregunta, pero la palabra compromiso, en defensa del socialismo democrático, debe formar parte de la respuesta, lo que sin duda facilitará la necesaria convergencia estratégica entre las fuerzas progresistas y los jóvenes.
Por eso, los partidos y sindicatos no deben convertirse en superestructuras alejadas de la realidad social y, por su parte, los jóvenes deben reafirmar su compromiso político y sindical y exigir el funcionamiento plenamente democrático de las organizaciones políticas y sociales.
En todo caso, los jóvenes deben conocer y recordar nuestra historia reciente y la lucha de nuestros mayores y de los miles y miles de héroes anónimos, que han defendido desinteresadamente, desde hace más de cien años, las ideas progresistas; precisamente cuando en este año se celebra el 130º aniversario de la fundación de UGT. Una buena ocasión para preguntarnos de dónde venimos y a dónde queremos ir con el concurso y la participación activa de los jóvenes. Finalmente, en este viaje hacia el futuro, no debemos prescindir de una cierta utopía: nadie sin empleo, sin casa, sin abrigo, sin alimentos, y tampoco sin educación, sin asistencia sanitaria y, en coherencia con ello, sin una renta mínima de inserción, en una democracia más participativa, que haga posible una sociedad de hombres libres, iguales, honrados e inteligentes.
Antón Saracíbar