Resulta evidente, si observamos el transcurso de los acontecimientos cotidianos con cierta racionalidad, que de no ser por la decisión del Gobierno socialista –con el apoyo de alguna otra fuerza parlamentaria– de exhumar los restos del dictador Franco del mausoleo del Valle de los Caídos no se habría producido en España una exaltación del genocida tan llamativa, a través de manifestaciones en distintas capitales y aglomeraciones ante la tumba del general golpista, con la proliferación de símbolos anticonstitucionales, cánticos fascistas y ceremonias de la iglesia católica, siempre tan cercana.
De la misma forma, la tendencia última de fractura aparente de la derecha española ha permitido la visibilidad de Vox, una formación pseudopolítica situada en la linde constitucional dada su manifiesta y pública animadversión a la normalidad democrática y al respeto de las leyes, junto a la exteriorización de un discurso de bravuconería pendenciera. Un grupo este de Vox compuesto por un puñado de dirigentes fanáticos de muy reducida implantación, que presentó su gala en Vistalegre acompañado de todos los simpatizantes existentes. Si refiero todos, es que eran casi todos: los que habitualmente les siguen y algunos más, extraídos de los rincones más diversos y circunscritos fundamentalmente a Madrid.
Por tanto, desde mi punto de vista, no hay ningún motivo para la alarma ante un supuesto crecimiento de la ultraderecha o de un progresivo establecimiento de organizaciones ultras en nuestro país –otra cuestión es la incuestionable evolución de entidades de extrema derecha en el mundo, con cotas de poder logradas legalmente, con su significado de amenaza cierta–. Se trata, más bien, de la inevitable reacción de nostálgicos de la dictadura franquista y de algún otro sector social de los que habitualmente se autodenominan apolíticos –que, curiosamente, pertenecen sociológicamente a la carcunda más rancia de la ciudadanía española–, parte de los cuales participan de un acto melancólico de despedida en su particular visión de la historia yendo al mausoleo tétrico de Cuelgamuros, y otra fracción, más belicosa e intratable, esgrime con ostentosidad la parafernalia de un tiempo caduco para hacer visible por unos momentos su palmaria irrelevancia.
Fernando Ruíz Cerrato
PSOE-PSM Agrupación de Fuencarral