Editorial. Final de curso político: todo por hacer

Este mes de julio acaba un curso político marcado por la tensión institucional, la polarización mediática y el desgaste de la convivencia democrática, mientras el mundo se enfrenta al mayor ataque de la historia a los derechos de la clase trabajadora y a una involución social y económica basada en los ultranacionalismos y populismos filofascistas. El capital financiero arrastra a las economías occidentales hacia el militarismo y la guerra.

En este escenario de destrucción, todos los estados se subyugan a la OTAN para aumentar sus presupuestos nacionales para defensa y armamento hasta llegar al 5% del PIB, algo incompatible con mantener el Estado de Bienestar, como manifestó Pedro Sánchez hace unas semanas.

También el mundo entero sigue la estela de las políticas económicas de Trump, con acuerdos arancelarios que buscan castigar las exportaciones en beneficio de la producción y los mercados internos, al tiempo que busca que las multinacionales se planteen deslocalizar su producción a los países con menor carga arancelaria.

En Alemania, la patronal alemana del sector químico­ industrial VCI advierte que “Los aranceles acordados son muy

elevados, las exportaciones europeas pierden competitividad”.

Para los representantes del sector del acero, sobre el que se mantiene un arancel del 50% el acuerdo alcanzado “sigue siendo dramático”,

En el sector del vino, en el caso español, el comercio de las bodegas podría caer un 10%, según un primer balance del sector. En un tono similar, la Federación Española de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB), otro de los sectores clave en los intercambios con EE.UU., ha planteado que el acuerdo es “injusto y desequilibrado”, y como no, piden medidas de apoyo y acompañamiento al sector.

En Francia, el primer ministro François Bayrou apunta que es “un día sombrío” para los intereses europeos y que el acuerdo es una “sumisión” a EE.UU. Un panorama en el que las empresas exportadoras europeas adelantan nuevas estrategias de destrucción de empleo para hacer frente al aumento del coste de las exportaciones. En ese escenario, la organización y unidad sindical será más necesaria que nunca para defender los derechos laborales y el poder adquisitivo de los salarios, ya que sabemos que las empresas querrán compensar los aranceles con nuevos recortes laborales.

En España, Pedro Sanchez apoya el acuerdo arancelario aunque “sin entusiasmo”, mientras concluye el curso político sacando pecho de las leyes aprobadas y las dificultades de la derecha para alcanzar acuerdos que pudieran facilitar un eventual cambio de gobierno.

De hecho, la aprobación definitiva de la Ley de Amnistía, la propuesta de financiación autonómica para Cataluña (extrapolable a otras CCAA), y el anuncio de nuevos avances sociales, en materia de permisos de cuidado de hijos, un nuevo plan de salud mental o la creación de más plazas de FP, prorrogan los acuerdos parlamentarios que sostienen al gobierno, que debiera consolidarse en la negociación de presupuestos generales a partir de septiembre.

El mayor activo del que el gobierno de Pedro Sánchez saca pecho es que por tercer año consecutivo, España es el pais de la UE que más crece. Los datos macroeconómicos y de récord en la creación de empleo son inapelables, aunque otra cosa es la calidad de ese empleo, o como se reparte la creación de riqueza.

En el terreno de las sombras, ya sabemos que la derecha y ultraderecha continúan en su ataque político, mediático y judicial, para deslegitimar al gobierno de Pedro Sanchez. Por poner un ejemplo, es la primera vez en la historia que se “procesa” a un Fiscal General del Estado. En este caso, el motivo es un presunto delito de revelación de secretos, de la pareja de Isabel Díaz Ayuso que había confesado un delito fiscal. Este es un ejemplo del sesgo derechoso de las instituciones que tendrían que defender el interés general, y no el interés de los delincuentes confesos. Un nuevo caso de “golpe de estado judicial”.

Aún así, el PP dificilmente podrá sacar apoyo parlamentario para derribar al gobierno de Pedro Sánchez, a pesar de la imputación del Fiscal General del Estado, y de los presuntos casos de corrupción de los ex socialistas Ávalos y Cerdán, ya que aunque ellos solo vean la paja en el ojo ajeno, lo cierto es que ellos tienen una auténtica viga en el suyo

En septiembre deberán afrontar 30 juicios por corrupción, seguir tapando la crisis causada por Mazón en la DANA, y ver como evoluciona el caso Montoro.

Quien sale beneficiado de todo este “guirigay” es la extrema derecha que nutre y se aprovecha

del fango político y de la ausencia de respuestas a las necesidades de la sociedad, en especial, de la juventud que es el colectivo más castigado por la situación económica actual, y por ende, el más vulnerable a los cantos de sirena de la ultraderecha y los populismos.

El curso político termina, pero las necesidades de la clase trabajadora continúan. Hay que prepararse para un otoño intenso: presupuestos, reformas pendientes (como la auditoría a las cuentas de la seguridad social), buscar soluciones a la vivienda en un contexto en el que probablemente nos encontraremos con nuevas tensiones institucionales. Desde la

izquierda el compromiso ha de ser claro: defender los derechos conquistados, garantizar la convivencia y abrir nuevas sendas de progreso.

No queremos acabar esta editorial sobre el final del curso político sin hacer referencia al Genocidio en Palestina, que sigue imparable ante la desidia y titubeos de los países occidentales, mientras que para la clase trabajadora mundial es un clamor mundial parar el genocidio, parar las bombas y parar la hambuna.

Fuerza, resistencia y organización

Redacción de Tribuna Socialista

¡Con ustedes: la guerra de los aranceles!

En el mes de febrero, Tribuna Socialista tituló su editorial en TS-163: “El siglo de las crisis”. Se desglosaron las cuatro crisis sufridas desde 2002 comenzando por la entrada del euro, hasta 2022 con el inicio de la guerra en Ucrania y la onda expansiva en forma de ola inflacionaria que ha recorrido Europa. Finalizando con la guerra de aranceles que Trump anunció en su toma de posesión el 20 de enero.

Una secuencia de crisis encadenadas, de naturaleza distinta, pero con un común denominador: el alza de los precios, y la consecuente pérdida de poder adquisitivo de sueldos y pensiones. Una crisis por lustro en lo que llevamos de siglo XXI. Y ahora, como si se tratase una función circense, pero con payasos sin gracia, el líder del imperialismo estadounidense anuncia una imposición arancelaria que nos arrastra a una guerra comercial mundial.

No deberíamos ver esta situación como el producto de un loco impresentable, por muy deplorable que nos parezca y sea Donald Trump y la “troupe” que lo acompaña y adula. Esta es una situación lógica; teniendo en cuenta la deriva del sistema económico hegemónico que rige el mundo, llámese liberalismo económico, capitalismo o libre mercado.

El imperialismo estadounidense no está actuando de forma distinta a como ya actuó en el pasado, al imponer a la brava sus condiciones, en favor de sus capitalistas. Ya lo hizo Nixon, otro “glorioso” presidente yanki cuando en 1971 impuso el dólar como moneda de referencia, abandonando el patrón oro. Por qué lo hicieron, porque la guerra de Vietnam metió a los EE.UU., en una dinámica en la que se priorizó la industria militar y en consecuencia le llevó a un gran endeudamiento y a un déficit comercial al tener que importar (comprar a otros) en lugar de exportar (vender a otros). Hoy, la deuda externa de los EE.UU., asciende a 32,9 billones de dólares y un déficit comercial (diferencia entre importaciones y exportaciones) de 1,2 billones de dólares anuales.

La economía capitalista es un campo plagado de contradicciones:

  • Estados Unidos se aplica con fuerza en garantizar que el dólar sea una moneda fuerte, a ser posible la más fuerte; de eso se trataba cuando Nixon impuso el dólar como patrón de cambio, en lugar del oro. Esto provoca que los productos y servicios que se producen fuera de los USA resulten más económicos que los que se producen en Estados Unidos y, por ende, los consumidores prefieren comprar coches alemanes y/o japoneses que estadounidenses.
  • Para paliar la reducción de ventas, muchas fábricas estadounidenses, incluidas las automovilísticas, optaron hace décadas por deslocalizarse a países con mano de obra barata. La consecuencia en Estados Unidos fue la caída brutal de la antes floreciente Detroit.
  • Estados Unidos se comporta como un Estado matón, rol que ha adoptado Israel. Un rol propio de países que gastan en armamento cifras astronómicas: EE.UU., dedicó a gasto militar 861.633 millones de dólares en 2023 (un 9,06% de su gasto público, que no es lo mismo que el PIB).

Llegados a este punto, Estados Unidos comete los mismos errores del pasado, alienta y alimenta un sistema económico contradictorio- aceptado por casi todos los países; incluidas Rusia y China- y ahora quiere cargar sobre las demás economías sus problemas económicos.

Las consecuencias materiales las vamos a pagar los de siempre, los consumidores; y cuanto menor sea la capacidad de compra mayor será el empobrecimiento, pues el litro de aceite y la barra de pan cuestan lo mismo a un trabajar que cobra el SMI que a la presidenta del Banco Santander.

Otra consecuencia puede ser el debilitamiento de las redes públicas de protección social: Sanidad, Educación, Pensiones y Dependencia, ya ni hablemos del desarrollo de planes de construcción de vivienda protegida.

Estados Unidos, en su búsqueda de negocio para reducir el déficit público, nos ha empujado a una guerra en Europa. Ha presionado por todas las vías: económicas y militares, y ha conseguido apropiarse del negocio energético que Rusia tenía hasta 2022, un negocio de 40.000 millones de euros anuales en gas y petróleo. Ahora, una vez consolidado el negocio, se retira del conflicto, y no conforme con el botín (ser el mayor proveedor de Europa de gas natural licuado), pretende apropiarse de los minerales ucranianos y de su energía nuclear.

La Unión Europea se equivocará si se deja arrastrar al incremento del gasto en Defensa, tal y como exige Trump. Pondrá en riesgo la estabilidad social de los pueblos del continente europeo y no será más que un títere de los EE.UU., en su guerra, de momento comercial, con China: país que se ha convertido en el taller del mundo, cuyo sector industrial ha crecido hasta representar más del 40% de su PIB, gracias a la deslocalización de las grandes multinacionales industriales y a que produce sobre explotando a su pueblo.

La guerra arancelaria no va a impedir que Levi Strauss & Co deje de comprar el algodón a China ni que deje de confeccionar en India o en Méjico. Puede que las empresas que se deslocalizaron a China, buscando sueldos bajos, se trasladen a países como Vietnam o a Bangladesh, pero difícilmente trasladarán su producción a Estados Unidos, más que nada porque la clase trabajadora estadounidense no aceptará trabajar por salarios anuales de entre 6.000 y 18.000 dólares anuales, que es la horquilla salarial en Vietnam, para la mal denominada clase media: el sueldo mínimo en Vietnam es 360 dólares mensuales.

Esta lógica vale para el empresariado estadounidense y para el empresariado español, pues esta guerra comercial no va a llevar a Inditex a traer a España sus fábricas de Pakistán, China o Marruecos. Tendrían que cumplir con los convenios colectivos del textil en nuestro país, y por ahí D. Amancio si que no pasa.

Este sistema económico, nos llevó a la primera guerra mundial por la competencia por las materias primas de los países colonizados. Nos llevó a la segunda guerra mundial porque una serie de criminales como Hitler y Mussolini quisieron arrebatar el control colonial a las potencias hegemónicas y ahora, el gran imperialismo norteamericano, en manos de un fascista, nos está empujando hacia una tercera conflagración, porque para resolver sus problemas tiene que hacerse con mercados que controla Rusia, un país en manos del jefe de un grupo de oligarcas que se ha apropiado de los bienes y riquezas de su propio pueblo, y de China, un país en manos de un partido que dice que es comunista pero que explota a su propio pueblo.

En esta “lógica” criminal se mueve Netanyahu, que ha decidido apropiarse de la franja de Gaza, animado por el anormal de la Casa Blanca, y antes animado por Biden.

La guerra no es de los pueblos, ni la bélica ni la económica, es contra los pueblos.

La Junta Directiva