El conflicto entre Israel e Irán es uno de los más complejos y peligrosos en Oriente Medio. Sus orígenes se remontan a décadas de tensiones políticas, religiosas y geopolíticas.
El primer punto clave en la relación entre ambos países es la Revolución Islámica de 1979 en Irán, que derrocó al sátrapa Reza Pahleví, último Sha de Persia, aliado incondicional de EE.UU. e Israel.
Tras la Revolución, la nueva República Islámica quedó bajo el liderazgo del ayatolá Jomeini, líder religioso y figura clave en aquel periodo. Fue el líder supremo de la República Islámica de Irán hasta su muerte en 1989. Jomeini promovió una visión militante y revolucionaria del Islam, estableciendo el primer estado islámico relativamente moderno.
La situación de la mujer en Irán es compleja, con avances notables en educación y participación laboral, pero también con importantes restricciones legales y sociales que limitan su autonomía y participación plena en la sociedad. El movimiento «Mujer, Vida, Libertad» ha puesto de manifiesto la lucha de las mujeres iraníes por la igualdad, los derechos humanos y la libertad, convirtiéndose en un símbolo de resistencia global.
El reciente ataque de Israel a Irán no es solo una de las manifestaciones violentas de una serie de disputas, que se vienen gestando desde la Revolución Islámica de 1979 en Irán, sino el inicio de un plan orientado a derrocar y trocear la actual República islámica; es decir, la eliminación por medios violentos del enemigo más poderoso de Israel en la región.
Prueba de ello ha sido la irrupción violenta de EEUU en el conflicto, bombardeando las instalaciones nucleares de Irán, lo que ha elevado vertiginosamente la tensión internacional hasta situarla al borde de un “abismo oscuro”, en palabras de nuestro presidente del gobierno Pedro Sánchez.
El bombardeo por sorpresa de las instalaciones nucleares de Irán en la noche del pasado sábado 21 de junio, prueba también la actuación aleatoria y errática de EE.UU., al margen de cualquier ley internacional.
Actuación basada en una falsedad análoga a la que se difundió como preludio de la invasión de Irak y posterior asesinato por ahorcamiento de Saddam Hussein, con la oposición de importantes países de la Unión Europea, como fue el caso de Francia. Crimen aún impune, que dio lugar a la vergonzosa foto del “trio de las Azores” y, posteriormente, al gravísimo atentado yihadista sufrido en España el 11 de marzo de 2004, en la estación de Atocha de Madrid, que provocó 193 víctimas mortales y más de 2000 heridos.
La principal razón formal por la que Israel e Irán están en desacuerdo radica en la oposición ideológica y religiosa. Irán es una república islámica chií y ve a Israel como una entidad impostora, ocupante ilegítimo de Palestina, y una amenaza a la seguridad de la región, por sus vínculos con Estados Unidos, principal aliado de Israel.
Una de las áreas más críticas es el programa nuclear iraní. Israel considera que Irán en posesión de este tipo de armamento sería una amenaza existencial para su seguridad. Las tensiones sobre tal programa, que comenzó en los años 80 y se intensificó a lo largo de las décadas siguientes, llevaron a Israel a realizar operaciones encubiertas y ataques a las instalaciones iraníes, sobre todo con el fin de retrasar el supuesto desarrollo de armas de destrucción masiva por parte de Irán. Estos ataques incluyen ciberataques, como el famoso caso de Stuxnet en 2010, y el asesinato de científicos nucleares iraníes. Sin embargo, no existe hasta la fecha pruebas fehacientes de que el programa nuclear iraní tenga objetivos diferentes de su aplicación pacífica con fines civiles.
El otro factor que contribuyó a las tensiones fue la presencia militar iraní en países como Siria y Líbano. Irán apoyaba al depuesto régimen de Bashar al-Assad en Siria, con aliados como Hezbollah en Líbano.
Israel ve la presencia iraní en la región como una forma de rodear su territorio con fuerzas hostiles y aumentar la posibilidad de ataques directos. Aunque Irán no tiene fronteras directas con Israel, apoya activamente a grupos militantes palestinos, como Hamas, que alcanzó el poder en la Franja de Gaza a mediados de 2007. Irán ve en el conflicto palestino, agravado por el criminal genocidio en la franja de Gaza, una causa fundamental para desafiar a Israel, mientras que Israel considera a Irán como su principal enemigo en la región.
El genocidio del pueblo palestino perpetrado por el gobierno sionista de Netanyahu, con el apoyo de los EE.UU. y la connivencia de la Comisión Europea, presidida por la conservadora Ursula Von der Layen, conmueve a la humanidad y presagia un sombrío panorama en la región.
El ataque de EE.UU. a Irán, sin previo aviso, sin informar a sus aliados, crea un grave precedente, convirtiéndose en el más grave problema de la Alianza del Atlántico Norte.
En efecto, la actuación unilateral y errática del presidente de los EE.UU. es un grave problema no solo para la OTAN, también para el conjunto de la Humanidad, pues comanda de hecho la Alianza más letal jamás conocida.
El siniestro precedente que supuso el lanzamiento de dos bombas nucleares sobre población civil, en el siglo pasado, con la trágica destrucción de Hiroshima y Nagasaki, cuyas secuelas sigue sufriendo parte de su población, nos sitúa en la antesala del infierno.
España debe cruzar el oscuro abismo que se abre a nuestros pies -tras los bombardeos de EEUU al complejo nuclear iraní- hasta alcanzar la otra orilla fuera de la OTAN, alejada de los graves riesgos que supone seguir manteniendo nuestro peligroso y humillante vasallaje.
Veamos la viabilidad legal de salida de España de la OTAN.
La salida de un miembro de la OTAN está regulada por el artículo 13 del Tratado del Atlántico Norte, que establece el procedimiento para que un país se retire de la organización:
«Cualquier Parte podrá, después de transcurridos 20 años desde la firma del presente Tratado, notificando a los demás Gobiernos de los Países signatarios, su decisión de dar por terminado su compromiso.»
Por lo tanto, cualquier país miembro puede retirarse en cualquier momento, siempre que haya transcurrido ese plazo.
El proceso comienza con una notificación formal del país que desea retirarse. Esta notificación se debe hacer a los demás países miembros de la OTAN, indicando de manera oficial la intención de abandonar la organización. La notificación debe ser presentada por el gobierno del país en cuestión, y es generalmente a través de una carta diplomática o comunicación formal.
Una vez que se ha notificado la intención de retirarse, el Tratado establece que la salida no es inmediata. El país tiene que esperar un año después de la notificación antes de que su salida se haga efectiva. Este período de espera da tiempo para que se manejen las consecuencias políticas, estratégicas y diplomáticas de la salida.
Durante este período de espera, el país sigue siendo parte de la Alianza y sigue cumpliendo con sus obligaciones en términos de defensa colectiva y cooperación, salvo que se llegue a un acuerdo para una salida más rápida.
Una vez que transcurre el año, el país se considera oficialmente fuera de la OTAN. Desde ese momento, deja de estar sujeto a las disposiciones del Tratado, especialmente a la cláusula de defensa colectiva del Artículo 5, que establece que un ataque a un miembro se considera un ataque a todos los miembros.
Un proceso gradual sería también posible; por ejemplo, iniciando la salida inmediata del mando militar integrado, previamente a la salida definitiva.
La República francesa se retiró en 1966 del mando militar integrado de la OTAN, bajo el liderazgo del presidente francés, general Charles de Gaulle, regresando de nuevo a las estructuras militares de la OTAN en abril de 2009 bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy, seis años después de la invasión de Irak.
La salida de un miembro tiene implicaciones estratégicas tanto para el país que se retira como para los demás miembros. Esto puede incluir reconfiguración de alianzas, redistribución de bases militares y la redefinición de objetivos y políticas de defensa.
El presidente Adolfo Suarez no era partidario del ingreso de España en la OTAN. Fue obligado a dimitir días antes del 23-F de 1981, presionado de forma amenazante por las intrigas palaciegas de la monarquía, secundadas por generales monárquicos (Armada, Milans). Dos días después, el nuevo presidente Leopoldo Cavo Sotelo, anunciaba en el Congreso de los Diputados el objetivo de ingresar en la Alianza del Atlántico Norte, iniciando el proceso de adhesión, consumado el 30 de mayo de 1982 con el ingreso de España en la OTAN.
Concluyendo. No existe, por tanto, ningún impedimento legal para la salida de España de la OTAN, tan solo es cuestión de voluntad política y de contar con una mayoría suficiente en el Congreso de los Diputados.
España debe seguir su tradición de neutralidad formal, mantenida en las dos guerras mundiales anteriores. En mi opinión, bastaría con el apoyo del “bloque de investidura”, y la adhesión de algunos diputados de centro moderado, que no deseen ver implicado directamente a nuestro país en los conflictos armados de la OTAN ni en la escalada armamentista. Una Alianza comandada de hecho por un errático e impredecible presidente de los EEUU que nos arrastra a una más que posible guerra mundial.
Manuel Ruiz Robles
Fue miembro de la Unión Militar Democrática.
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