Nicolás Maquiavelo dejó escrito para provecho de gobernantes que «cuando un príncipe dotado de prudencia advierte que su fidelidad a las promesas redunda en su perjuicio, no puede, ni siquiera debe, guardarlas, a no ser que consienta en perderse«, pues “los hombres son tan simples que el que engaña con arte halla siempre gente que se deja engañar«.
Eso debió pensar nuestro amado príncipe cuando en 2017 prometió renovar un partido esclerotizado, dominado por barones (y una sultana) regionales, firmemente asentados merced a una cultura política clientelar, de intercambio de votos internos por prebendas. Como la semilla que cae en suelo fértil, esta promesa encontró una militancia deseosa de renovación, que le restauró en el poder, haciendo olvidar el espectáculo bochornoso de su defenestración. La campaña de primarias de aquel año fue una “road movie” coral, que representó el guión de cuento del príncipe destronado que conquista de nuevo el reino de nunca jamás (o del “no es no”, consigna simplista donde las haya, pero efectiva) y cuando cayó el telón del 39º Congreso todos fueron felices y comieron perdices. Pero entre el clamor de los aplausos y el fárrago de los estatutos, y demás reglamentos internos que nadie es capaz de leer, se había perdido la oportunidad política de sentar las bases para la regeneración.
Porque, a pesar de dibujar la posibilidad de ensanchar la base social con la participación de los simpatizantes en los procesos de primarias y de elegir directamente a un tercio de los cargos internos, los veteranos, curtidos en batallas de letra pequeña, consiguieron diferir la aplicación de la apertura y hacerla depender de la decisión de las cúpulas de cada nivel territorial. Las consignas eran “coser” y “ahora no toca”. Así, los barones y miembros de ejecutivas regionales conservaron la llave del poder orgánico, a través del cual se controla la red de intermediarios y conseguidores de nivel local y se mantiene el dominio de cada agrupación. Todo atado y bien atado. Cambiar algo para que nada cambie. Manteniendo un sistema de dominación social semejante a las estructuras de la mafia y la criminalidad organizada. Un sistema de captura de rentas que se nutre de las instituciones y de los recursos públicos. En el cual el retorno de los favores mediante el voto está monitorizado, especialmente en las votaciones internas, sobre listas cerradas y bloqueadas previamente orquestadas y basadas en una aritmética que anula los derechos de las minorías: la ley de que el ganador se lo lleva todo.
De hecho, para conjurar la amenaza al poder del aparato en todos los procesos de primarias desde 2017 no se ha activado nunca la apertura a simpatizantes. Tampoco funcionan las conferencias sectoriales y el debate interno brilla por su ausencia. A día de hoy las fallas de democracia interna han convertido al PSOE en un híbrido entre, de un lado, una empresa de trabajo temporal para toda suerte de empleos, desde el directivo público hasta el peón subcontratado por contratistas del sector público, y de otro, un club de fans del querido gran líder, configurado como máquina electoral para la distribución de consignas propagandísticas a cargo de aspirantes meritorios, la mayoría de ellos formados en la “universidad de la vida” y sin experiencia laboral al margen de cargos públicos.
A día de hoy no se puede afirmar que el PSOE sea precisamente un instrumento para la participación política y es imposible que se regenere si esa regeneración depende de la voluntad de los administradores de la franquicia electoral, que han tejido redes de vasallaje y mutua dependencia con los integrantes de los eslabones de la cadena trófica. La nueva limitación de tres mandatos en un mismo cargo orgánico, introducida en los nuevos estatutos, está destinada a un público muy crédulo o que aparenta serlo. Resulta tan ridícula como decorativa, a la vista de la facilidad para saltar de un puesto orgánico a otro, por no hablar de los cargos públicos y de la pléyade de asesores a quienes nadie conoce ni exige rendición de cuentas.
En Euskadi en el Congreso que se ha celebrado el 21 de noviembre, Eneko Andueza ha asumido la secretaría general del PSE y dado a conocer su ejecutiva, arropado por Pedro Sanchez y varias ministras. No se esperaban novedades ni sorpresas. Tal vez consciente de que recibe en herencia una organización clientelar con los pies de barro y muy dependiente de la credibilidad y del éxito a nivel estatal, Andueza se muestra prudente y dispuesto a marcar perfil ante el PNV cuando afirma que «en las próximas elecciones se verá qué fuerza dan los ciudadanos a cada uno y, a partir de ahí, veremos para qué queremos gobernar”.
Esto supone un cambio con respecto a la invocación de Idoia Mendía a la estabilidad y a la gobernabilidad como valores superiores que exigen el sacrificio de los abnegados ocupantes de sillones, prestando servicios al país como serviles mayordomos del PNV. Ya hemos asistido al último acto de demostración de falta de principios, con la votación de los miembros del Tribunal Constitucional apelando cínicamente a la “ética de la responsabilidad” por encima de la integridad, cuando precisamente quien la formuló alertaba contra el demagogo que tiene que medir siempre el efecto que causa, lo que le lleva a comportarse como un actor vanidoso… Pues cuando el afán de poder que caracteriza al político no está al servicio de una causa, cuando se convierte en un profesional del poder sin convicciones, ahí reside el pecado mayor contra la política. Así los duros pasajes que Max Weber dedicaba a los políticos de poder, detrás de cuyas formas ostentosas detectaba la perfecta vacuidad de quien carece de fines y proyectos más grandes que su propia carrera, advirtiendo que sin principios y valores los éxitos aparentemente más sólidos llevan consigo la “maldición de la inanidad”.
Pero no se asusten los ocupantes de sillones con eusko label. Es difícil creer a estas alturas que Andueza sea capaz mediante su liderazgo de regenerar el PSE y de hacer política de otra manera, partiendo de unas bases éticas y de vocación para la gestión de lo público, abandonando la dinámica clientelar y promoviendo la participación y el debate interno.
Asistimos al final de un ciclo ascendente, el crédito y la paciencia del electorado se van agotando y asoma una nueva marca electoral en la izquierda. Como advirtió Maquiavelo al príncipe, “fácil es hacerles creer una cosa, pero difícil hacerles persistir en su creencia”.
Susana Cejudo
Ex militante PSE-EE/PSOE
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